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Ser como el perro y el gato

Si la humanidad –por decencia o inteligencia– eliminase el dinero, quedarían obsoletas la mayoría de las profesiones. Muchos ricos dejarían de ser ricos y muchos pobres dejarían de ser pobres. Desaparecerían las guerras, la producción de alimentos, quizá no extinguiríamos a ritmo acelerado algunas especies.

#SinTantaVuelta

Por Daniel Orejuela / @daniel_orejuela

El gato y el perro, todos los animales, por ejemplo, tienen claro que todo momento es ahora. No existe pasado ni futuro, el tiempo simplemente no importa. Pregúnteles la hora.

No tienen tampoco religión. Si la tuviesen, el ser humano sería el diablo. ¿No ve que somos nosotros los humanos quienes causamos el sufrimiento, terminamos con sus familias, sus espacios, su comida, los encarcelamos y hasta los matamos por diversión? ¿Ah?

Pero somos los buenos. ¿No ve que tenemos un juez sentado en la cabeza de cada uno diciéndonos lo que está bien y lo que está mal? Los inteligentes, la única raza –dicen– que piensa.

Sin embargo, es bonito pensar. La mente es una herramienta muy útil, pero solo una herramienta, no es su identidad. Pensar a la hora de elegir, por ejemplo, a quienes después elegirán por usted. En Ecuador vienen pronto las elecciones y uno tiene que elegir entre el que representa los intereses de los que tienen plata, el que tiene plata y el que viene a hacer plata. O elegimos no elegir, simplemente, como en Colombia, donde no ganó la guerra ni la paz, como muchos pensamos, sino que ganaron –y de largo– las abstenciones. La gente ya no cree en la clase política. Por eso la apatía. Los buenos somos más, si no, vaya y pregunte en la iglesia. Porque yo soy bueno y usted es bueno, ¿verdad? Ahora, si usted piensa de usted que es malo, vaya al médico a hacerse ver la cabeza o a hacer alguna maldad. ¿Qué hace leyendo?

Lo que no acabo de entender es que si hay tanto bueno y tan pocos malos, ¿por qué tenemos el planeta tan jodido?… La apatía. Pero, ¿cómo no vamos a ser apáticos si en la política a cada rato se descubren casos de corrupción? A todo nivel y en todas partes. ¿Y si usted fuese político? A lo mejor lo es. ¿Y si le dicen gánese este millón de dólares y quédese frío, no haga bulla que por acá yo veo qué saco? ¿Ah? ¡Lámpara!

Un millón de dólares es harto billete. Bueno, depende. Para las transacciones y montos que mueven algunos negocios casi ni se nota si faltan. Pero para un ser humano promedio es harto. Entonces, el problema de corrupción no es de los políticos, sino de los humanos. No hemos sido tan buenos. ¿Y el juez sentado en la cabeza? ¿O es el dinero el problema? Vaya, ofrézcale una coima a un perro o a un gato.

Si la humanidad –por decencia o inteligencia– eliminase el dinero, quedarían obsoletas la mayoría de las profesiones. Muchos ricos dejarían de ser ricos y muchos pobres dejarían de ser pobres. Desaparecerían las guerras, la producción de alimentos, quizá no extinguiríamos a ritmo acelerado algunas especies. Muchas personas, la mayoría, casi todos, perderíamos la razón de ser. Existir se ha vuelto una confusión con esto del dinero y las pertenencias. Ser es tener y tener es ser, ¿ah? ¡Lámpara!

Uno puede escribir sobre todo. Sobre el gato, el perro, la mesa (que no se mueve), sobre todo. Hace ya rato que decidí no escribir sobre cosas actuales, porque con esto de las coyunturas lo pongo a correr a mi editor y tampoco es plan. Intento y no me sale alejarme de temas candentes como la política, el fútbol, la religión y esas cosas por las que se resiente la gente. Digo, me busco pitos y enemigos por gusto, porque lo que yo diga por aquí poco ayuda a arreglar la situación actual. Es más, me he dado cuenta de que mientras más me empeñe yo en decir lo que realmente me importa, menos me leen. Pero bueno, tampoco es que escriba para tener muchos lectores, con que me lea usted me basta (esto me lo van a editar).

Un perro o un gato no tienen ese pito. Ellos son y ya.


Daniel Orejuela Flores es un guayaco del 75. Productor musical de oficio, ingeniero de sonido de necio y escritor de repente. Ha vivido más de la mitad de su vida fuera del Ecuador, sin embargo, ha tratado siempre de mantener el contacto con el país y su acontecer político, social y cultural y ahora, de vuelta, reside en Quito.