Inicio Derechos Infiltrados

Infiltrados

Por Luis Alfredo Maldonado


El coctel molotov explota a menos de un metro de mis zapatos, muy cerca de todos los manifestantes. El estallido del cristal contra el asfalto, la amenazante llamarada, alguien me toma del brazo y a correr…


 

Caía la tarde en Quito y las luces de la iglesia de San Francisco bañaban de cierta impavidez al majestuoso templo centenario. Pero, frente al portal, se habían juntado indios, negros, amazónicos, costeños, galapagueños, mestizos, jubilados, pobres, clasemedieros, pelucones… Allí se habían trasladado luego de que la plaza de Santo Domingo, a tres cuadras, quedara estrecha para los miles de manifestantes. Habían caminado desde el parque El Ejido para expresar su inconformidad y su descontento, usando la consigna “¡Fuera, Correa, fuera!” y haciendo sonar tambores y pitos. Banderas quiteñas, ecuatorianas y negras eran parte de ese paisaje diverso. Médicos con sus mandiles blancos, los ambientalistas del colectivo Yasunidos, oficinistas, ciclistas, universitarios, políticos —algunos camuflados—, artistas, catedráticos y también familiares, primos, tíos y abuelos iban encabezados por indios, jubilados y algunos representantes de los movimientos sindicales. La magnitud de la marcha fue tal que mientras algunas personas empezaban su periplo a la  altura de la Caja del Seguro, otras ya venían de regreso desde la plaza de Santo Domingo, a veinte cuadras de distancia, y se encontraban con ellos a la altura del Banco Central, en La Alameda. En redes sociales, la jornada fue reportada a través de hashtags como #13A y #Paro Nacional.

Pero el ambiente cambió. El aire se tornó rancio, empezó a oler a represión… a gas pimienta. Primero fueron los caballos, que enjaezados de negro –como sus jinetes– pasaron raudos entre la gente causando pavor. El temor recrudeció cuando la fuerza equina retornó, esta vez en sentido norte-sur, sobre la calle Benalcázar. No importaron ancianos, niños o personas en silla de ruedas. Pasaron veloces, casi desbocadas, unas 20 bestias que pisoteaban con sus cascos de hierro el pavimento.

Foto: César Acuña
Foto: César Acuña

Las motos fueron parte del siguiente acto: hordas de policías armados atravesaban la calle en medio de los marchantes, en actitud desafiante. Los ciudadanos se trepaban sobre las veredas y se hacían uno con las paredes para evitar cualquier atropellamiento. Luego llegó el turno de los antimotines: los robocops, quienes escudados y a toletazos lograron que los aterrorizados marchantes se replegaran hacia el sur de la iglesia de San Francisco. Vecinos, compañeros de trabajo, familias y vendedores ambulantes corrieron asustados, indignados, para refugiarse en la intersección de las calles Benalcázar y Rocafuerte. Desde allí y sumidos en el ruido que provoca el susto, muchos emprendieron su regreso a casa.

La llamarada de la molotov casi me alcanzó. Nunca había sentido mi vida amenazada así. Sabía que si el fuego tocaba mi ropa sintética se habría incendiado de inmediato, como la de muchos otros alrededor. Atónito, contemplé el resplandor del mortal coctel, sin moverme, hasta que otra vez sentí el jalón en el brazo. Una sacudida que me sacó de allí al instante. Frente al atrio de la iglesia, frente a esa mítica obra construida, según la leyenda, por el indio Cantuña, conocí a los infiltrados. Esos provocadores lanzaban bombas molotov a los ciudadanos pero también a los policías, entonces todo justificaba la represión.

No es difícil identificar a un infiltrado. Ya antes los había visto lanzando basura, rompiendo pedazos de vereda y arrojando botellas en contra de los policías, a la entrada de la plaza de Santo Domingo: van encapuchados, armados con garrotes, todos con mochila sobre los hombros. Verlos de cerca es también ver el odio en sus ojos mientras grafiteaban las puertas de los comercios con insultos. Verlos de cerca es sentir, a pocos pasos, su propio nerviosismo mientras preparaban las molotov con manos temblorosas para guardarlas en sus morrales. Dos de ellos armaban los explosivos en cuclillas y uno vigilaba, con garrote en mano, intimidando a cualquiera que osara mirarlos demasiado. Entonces vinieron los insultos. La gente aún estaba en shock luego del entremés represivo, cuando uno de los enmascarados gritó: “¡A ver, cojudos, se me empiezan a ir este rato a sus casitas, porque a este gobierno no lo tumbarán derechosos como ustedes, cabrones entregados a la oligarquía!”.

Foto: Edú León
Foto: Edú León

Los marchantes aún estaban dispersos sobre la calle Benalcázar y, durante unos segundos, el silencio reinó. El malhechor continuó con su retahíla de improperios: “¡Hijos de puta, es hora de que se larguen, reconozcan que la tienen perdida. Este gobierno es popular y no podrán contra él!”.


“¡A ver, cojudos, se me empiezan a ir este rato a sus casitas, porque a este gobierno no lo tumbarán derechosos como ustedes, cabrones entregados a la oligarquía!”.


Los ciudadanos respondieron con algo de temor, pero sin ocultar su enfado. “¡Da la cara, primero!”, “¡No te pongas violento!”, “¡La marcha es pacífica!”. Hasta que alguien gritó con indignación: “¡Cógele, que ese es infiltrado!”. Y la respuesta fue explosiva. Literalmente. Con una fosforera, el encapuchado no dudó en encender la molotov y lanzarla con violencia hacia la gente, a la vez que emprendía una veloz y cobarde retirada hacia la calle Rocafuerte. Sobre el piso solo quedó una mancha con las marcas de la gasolina quemada.

A esa hora, el volcán activo más alto del mundo, el Cotopaxi, se aprestaba a estremecernos con una amenaza eruptiva. Quito tuvo que volver la mirada hacia un coloso que no distingue entre bandos. Acá, de vuelta en las calles quiteñas, las torres de San Francisco lucían imponentes, silenciosas. A sus pies, la violencia, el odio, la represión, la insignificancia.

4 COMENTARIOS

  1. Qué importante un medio que muestre una visión imparcial, que no sea oficialista ni opositor y que intente al menos narrar los hechos tal como sucedieron, sin tratar de imponer su punto de vista, o peor aun, que tergiverse los hechos. Espacios como este servirán para, más adelante, escribir los lamentables hechos históricos que estamos espectando.

  2. En que momento Quishpe rompió una de las vallas para lanzar contra los policías??. Eso no vio usted, Sr. periodista imprcial

Los comentarios están cerrados.