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Este es mi cuerpo, no se toca, no se viola, no se mata

Una crónica de la marcha que el pasado 25 de noviembre protagonizaron en Quito miles de personas, en contra del maltrato contra la mujer y en demanda de justicia para los cientos de casos de desapariciones de mujeres y violencia, que se registran en Ecuador y el mundo a diario.

Marcha "Vivas nos queremos". Foto: Dominique Riofrío

Por Pablo Campaña / @KamchatkaEc
Con fotos de Dominique Riofrío

El pasado sábado 25 de noviembre, en Quito, hubo una protesta feminista frontal. La multitud que marchó en rechazo de la violencia contra la mujer se dirigió a la avenida 24 de Mayo, un centro neurálgico de la prostitución en la ciudad. Las seis mil personas que acudieron a la marcha Vivas Nos Queremos dejaron claro que es la trabajadora sexual la primera mujer a quien debes respetar.

La marcha inició a las cinco, en el Parque de El Arbolito, cuando los grupos dispersos formaron una oruga que se sumergió túnel que lleva a la avenida 10 de Agosto. Al salir de la oscuridad, Valeria, una de las manifestantes, escribió con una tiza rosa en el asfalto “El Feminicidio Es Crimen de Estado”. La impunidad, alega, es un patrón generalizado. En los últimos dos años 118 crímenes se han denunciado, pero solo 46 se han condenado y la prensa los atempera bajo la etiqueta del delito pasional (que vende más).

¡Que viva Quito! Gritó el borracho, confundido por las fechas y la mancha humana que se expandía en la avenida al ritmo de la percusión. Un grupo de mujeres, con pañuelos amarillos y tambores colgados a sus caderas, hacía de la marcha –palabra tan marcial- algo que se podía bailar más bien como un carnaval. Reconocí a activistas, políticas y artistas:

¡Señor, señora!
no sea indiferente,
la violencia ocurre
enfrente de la gente.

Era una de las consignas coreadas por la multitud que se embutió en la calle Guayaquil, con banderas y carteles desplegados. La de Palestina, explican los jóvenes comunistas comunistas, recordaba a las mujeres víctimas del conflicto que vive históricamente ese pueblo desarraigado. Subiendo a San Agustín, Indira Vargas sostenía una punta de la bandera del arcoiris (la huipala indígena y el símbolo también de las diversidades sexogenéricas). Dijo que vino a rechazar los proyectos extractivos. Yo la miré pensando en que se equivocó de marcha, pero: “el petróleo destruye las fuentes de agua y la chacra en la que trabajamos las mujeres, ¡eso es violencia!”.

Como un estandarte se destacaba la fotografía de la abogada Sabina Angulo, asesinada a martillazos en el 2010. Su sobrino Fredy Cevallos contó que la mataron por un caso que llevaba en el ejercicio de su profesión. Seis años más tarde vino desde Río Verde, Esmeraldas, a caminar con una multitud consciente de que el asesinato de cada mujer rompe en dos la vida de las personas que están a su alrededor. Un reconocimiento del dolor que la sentencia de un juez no puede lograr.

Algo sí podría hacer la justicia respecto de las 4 279 denuncias de desapariciones de mujeres presentadas este 2016 en Ecuador. El dato lo recuerda un cartel que se abre paso entre el humo de palosanto que queman las parteras para limpiar el camino de la marcha. Un refuerzo a la ceremonia que otro grupo hizo para bendecir la protesta en el parque El Arbolito. Diez mujeres que llevan plantas de ruda y lavanda en una mano y escobas en la otra, evocan el asesinato de brujas, siglos atrás.

Llegando a la calle La Ronda, la gente de los bares se paró bajo los quicios de las puertas. Algunos con ánimos de apoyar y otros circunspectos, reprochando el alboroto, pero la marcha avanzó. En el bulevar de la avenida 24 de mayo, la música selló la jornada. Los caminantes tienen la claridad de que la igualdad se logra en cada momento y en todo lugar, saben que la marcha fue un punto para comenzar, como sentenció esa noche el rap de Blackmama: “si no es ahora, ¿cuándo?”.