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Ni que el Juanpi fuera un santo

Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

El «Flower power» de la Iglesia fue el concilio Vaticano II y el pontificado de Juan Pablo II fue la ocasión para combatir a los movimientos que se habían beneficiado con la política de Juan XXIII. 

(Terry Eagleton). 

“Pero una cosa es estar triste y otra cosa es cerrar los ojos a hechos no tan santos como cuando dio su respaldo a los dictadores de turno de América Latina y le volteó la espalda a hombres como Monseñor Oscar Arnulfo Romero, que denunciaban la matanza de los desposeídos de su pueblo”

(Vicky Peláez, diario La Prensa).

I

Hablar sobre la santidad de alguien nos debería obligar a preguntarnos qué entendemos los seres humanos por libertad, por paz, por derechos y por humanidad. El Vaticano acaba de santificar a dos ex pontífices, marcadamente opuestos en sus convicciones, pero -justamente por ello- fundamentales para comprender el siglo XX. Sin embargo, a escasas semanas del apoteósico acto de santificación, a nadie parece importarle quiénes eran los nuevos santos mientras vivieron. Total, todo muertito ha de haber sido bueno…

Karol Wojtyla, en el Teatro Rapsódico
Karol Wojtyla, en el Teatro Rapsódico 

II

(El Bueno)

Al primer papa a quien Francisco I declaró santo le dicen hasta hoy ‘el Papa Bueno’. Él fue Juan XXIII, célebre por su corto período en el trono de los monarcas católicos y por convocar al Concilio Vaticano II (1962-1965), un encuentro sin precedentes que buscó reformar la conducta de la iglesia católica para acercarla a sus fieles desde el apostolado y no desde la condena, como había sido la costumbre. El signo de esta reforma estaba marcado por la opción por los pobres, y por eso, su papado significó una inmensa esperanza para muchos católicos decepcionados. Además, sembró las bases para el surgimiento de acciones apostólicas basadas en principios de solidaridad y respeto por los derechos humanos, tan en boga desde 1948, luego de la masacre que significó la Segunda Guerra Mundial. De este espíritu de renovación nacieron los principales ideólogos de la Teología de la Liberación, entre ellos el franciscano brasileño Leonardo Boff, el nicaragüense Ernesto Cardenal o los sacerdotes ecuatorianos Leonidas Proaño (1910-1988) y Alberto Luna Tobar (1923), entre otros tantos. Con las acciones de apostolado que estos personajes iniciaron, la Teología de la Liberación se constituyó en una forma de acercarse al cristianismo a partir del reconocimiento de que los pueblos, sobre todo latinoamericanos, han sido víctimas de la dominación colonial durante siglos, y como consecuencia de esos procesos de explotación, viven en condiciones de pobreza. Jamás una iglesia como la católica había asumido esta postura con tanta frontalidad.

III

(El Juanpi)

El niño Karol perdió a su madre a los ocho años, en 1928. Su único y admirado hermano, de veintiséis, murió cuando él tenía apenas doce, en 1932. Desde 1940, en vista de la precaria situación en la que se había hundido Europa, el muchacho polaco empezó a trabajar como repartidor de un restaurante y más tarde en una cantera… Plena guerra. A sus 21 años, el joven Karol perdió a su padre, el último familiar que quedaba a su lado. Era 1941. Cinco años después se ordenó sacerdote.

Karol y sus padres
Karol y sus padres

Al asumir el polaco Carol Wojtyla el pontificado, en 1978, luego de la polémica muerte de su antecesor, Juan Pablo I y de la del mismo Juan XXIII, apenas quince años antes, el nuevo sumo pontífice bautizado como Juan Pablo II solicitó de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces presidida por su compinche histórico, el mismísimo cardenal Ratzinger (que asumiría el papado con el nombre de Benedicto XVI entre 2005 y 2013, sucediendo a Juan Pablo II) que investigara a esos mismos teólogos de la liberación que habían osado agitar la tranquilidad histórica de la institución católica. Como consecuencia de estos estudios se publicaron, en 1985, los documentos: Libertatis Nuntius y Libertatis Conscientia. En ellos, el Vaticano llegaba a algunas conclusiones que se pueden resumir así:

1.- El análisis marxista no debe ser considerado una herramienta científica para el teólogo.

2.- El teólogo debe hacer un examen crítico de naturaleza epistemológica más que social o económico.

3.- El marxismo constituye una visión totalizante del mundo, “irreconciliable con la revelación cristiana, en el todo como en sus partes”.

4.- La violencia de la lucha de clases significa “violencia al amor de los unos con los otros y a la unidad de todos en Cristo”.

5.- Los teólogos de la liberación hacen una relectura esencialmente política de las Escrituras y eso los vuelve selectivos y parcializados en la selección de los textos sacros, “desconociendo la radical novedad del Nuevo Testamento, que es liberación del pecado, la fuente de todos los males”.

6.- La Teología de la liberación supone el dar la espalda a la tradición como fuente de la fe y marca una “distinción inadmisible entre el Jesús de la Historia y el Jesús de la Fe.

Así, la iglesia de Juan Pablo II saltó de golpe a la escena de los debates ideológicos que el mundo enfrentaba y se desnudó como actor político. Los sacerdotes afines a la Teología de la Liberación Leonardo Boff y Helder Cámara, de Brasil; Leonidas Proaño, de Ecuador; Gustavo Gutiérrez, de Perú; Samuel Ruiz García, de México; Ernesto Cardenal, de Nicaragua; Tissa Balasuriya, de Sri Lanka estuvieron bajo la lupa de Juanpi, el papa del carisma, el papa mediático, el papa viajero, el rockstar del Vaticano. Esa imagen que encantó a las masas necesitadas de refugio espiritual le permitió prohibir la circulación de los libros sobre Teología de la Liberación en varios países y se abrieron causas por el Santo Oficio del Vaticano en contra de Boff y Gutiérrez. Monseñor Leonidas Proaño fue acusado de guerrillero en 1973 y convocado a Roma para rendir testimonios. Aunque fue absuelto de todo lo que le imputaban, el estigma impuesto por Juan Pablo II sobre este sacerdote ecuatoriano pesó en adelante: tanto que en 1976, durante el gobierno militar del general Guillermo Rodríguez Lara, fue detenido tras una violenta irrupción policial en su casa de pastoral  comunitaria en Santa Cruz, en la serrana provincia de Chimborazo.

El Papa polaco se erigió como un líder político de primera línea, descalificando –paradójicamente- el carácter político de esos teólogos que se le estaban escapando del redil. Ahora, considerando que esta iglesia de Juanpi es católica, apostólica y romana, lo que a fin de cuentas es como decir que por tradición es vertical, medio monárquica y medio feudal, ¿es concebible que un líder político de su calibre prescinda de las discusiones sociales y políticas? Creeríamos que no, pero, a pesar de todo lo que podamos creer, los documentos citados líneas antes recriminaron que el sacerdocio cruzara de la opulencia áurea donde los curas imaginan ser superhéroes que salvan al mundo, al lugar de los hechos, es decir, al mundo. Dese entonces, se reforzaron los mecanismos de persecución a todo movimiento de izquierda que amenazara con obstaculizar el asentamiento de los gobiernos capitalistas neoliberales, sobre todo en esa América Latina donde se proliferaban los teólogos de la liberación. Entonces, ¿acaso no se trató de un conflicto de interés social y económico? ¿Cómo es posible que el Vaticano -en representación de su máximo superhéroe, Jesucristo- haya separado ese “examen crítico” de lo social y de lo económico?

IV

(¿Y el santo?)

Veámoslo de otro modo: el papa Juan XXIII, al parecer, fue un estorbo para ciertos intereses dentro de la iglesia católica pues, como dice el mismo Leonardo Boff, realizó la convocatoria de un Concilio Ecuménico “para enfrentar valientemente (…) cuestiones no resueltas. Efectivamente, el Concilio Vaticano II asumió como lema, no más el anatema sino la comprensión, no más la condena sino el diálogo”.

Con la llegada del polaco Wotjyla, estas intenciones fueron vistas como la cristalización de la amenaza roja comunista que amedrentaba con sus tentáculos a la Europa de posguerra, más aún con el aparecimiento de la Teología de la Liberación como una cara visible dentro del mismo cuerpo clerical. La Teología de la Liberación apareció como una piedra en el zapato de la iglesia de Pedro.

El cuestionamiento frontal del papa polaco contra esta nueva línea de ejercicio del Evangelio cristiano se inició en 1979, durante la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Y fue el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, afín al Opus Dei y quien llegó a ser su presidente, el que respaldó abiertamente la postura del pontífice. En 1990, este cura asumió la presidencia del Pontificio Consejo para la Familia, hasta su muerte en el 2008. Durante la década de los ochentas, el Vaticano desplegó una estrategia paramilitar antimarxista en todo el mundo, sin que importaran los valores cristianos que durante más de mil novecientos años habían defendido algunos de sus antecesores.

Boff destaca que Juan Pablo II “tuvo una visión corta y simplista de este tipo de teología (de la liberación), que interpretó con la lógica de sus detractores y, hoy lo sabemos, a partir de las informaciones que la CIA le suministraba, particularmente sobre la influencia de los teólogos de la liberación en Centroamérica”. En otras palabras, Wotjyla sufrió de ese síntoma de los europeos que creen que el mundo entero debe ser medido con la misma vara con que ellos se miden a sí mismos. Juanpi tenía miedo de que al mundo le pasara lo que ocurrió con su Polonia, desde que en 1939 se desató la Segunda Guerra Mundial, y, para evitarlo, aprendió a hacerse de la vista gorda cuando corría sangre roja en nombre de Dios. Pero… ¿esos no eran los islamistas? Según la agencia AP, «se cree que lo vivido por Juan Pablo II en Polonia —bajo un gobierno comunista y nazi, donde sacerdotes inocentes muchas veces eran desacreditados con acusaciones inventadas— influyó en su defensa en general hacia el clero. El éxodo de clérigos después de la turbulenta década de 1960 también lo hizo tratar de retener los sacerdotes que todavía tenía».

asalto a Polonia
asalto a Polonia

Juan Pablo II es un personaje geopolítico por sobre todas las cosas. Su presencia en el mundo determinó la caída del Muro de Berlín y la desaparición de las tendencias socialistas en Europa del Este, la Perestroika de Gorbachov y todo lo que representara interés para la sostenibilidad de la hegemonía estadounidense. Ya concentrándonos en los hechos, eso podría explicar su cercanía a personajes como Ronald Reagan, el presidente estadounidense (1981-1989) que extendió el neoliberalismo e impulsó la lucha anticomunista en todo el planeta, sobre todo en contra de la Unión Soviética; o la Dama de Hierro, Margareth Tatcher, la conservadora primera ministra del Reino Unido (1979-1990) que respaldó las políticas anticomunistas de Reagan; o el general Augusto Pinochet, el golpista dictador que gobernó Chile desde 1973 hasta 1990, tras provocar el suicidio de su predecesor, el izquierdista Salvador Allende bajo el auspicio del Pentágono.

papa pinochet

Durante su visita a Chile, en abril de 1987, luego de catorce años de dictadura pinochetista, Juan Pablo II se quedó con la boca cerrada ante el dictador y no fue capaz de jalarle la mitad de la oreja izquierda como signo de reproche por matar a unos cuantos miles de cristianos. Más bien se exhibió sonriente a su lado en el balcón de La Moneda, el mismo edificio donde en 1973 fue acorralado y muerto Allende bajo auspicio del Pentágono.

Archivos recién revelados de Wikileaks confirman que el segundo al mando del Vaticano por entonces, Giovanni Benelli, aseguró sin tapujos que la Sede papal auspició el golpe de Estado. Por si esto fuera poco, el papa anticomunista nombró al entonces Nuncio del Vaticano en Chile, Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano. Sodano era otro miembro del Opus Dei y amigo de Pinochet, e impuso desde entonces el poder del Opus Dei en el Vaticano. Todo esto puede explicar que, en 1999, luego de que Pinochet fuera detenido en Londres, tras la orden de extradición expedida por el juez Baltasar Garzón, Sodano y el papa impulsaran gestiones con el gobierno británico para liberar al milico. Igualmente cordiales fueron los lazos del papa con el general Jorge Videla, jefe de la junta militar Argentina. O sea, dictador.

Juan Pablo II es recibido en Guayaquil por el gobernador Jaime Nebot y el alcalde Abdalá Bucaram.
Juan Pablo II es recibido en Guayaquil por el gobernador Jaime Nebot y el alcalde Abdalá Bucaram. (Foto tomada de diario El Universo)

Pero, de las familias de los muertos en Chile en los setentas, el Juanpi no dijo ni una sola palabra. De condenar frontalmente la represión de Estado ejercida por el derechista León Febres Cordero, en el Ecuador de los ochentas, ni pío. Es más, hasta pareció que se guiñaron los ojitos durante su visita de 1985… De reclamar la paz entre Estados Unidos, Iraq y Kuwait, sumidos en uno de los conflictos más sangrientos de fines de siglo, ¡silencio! De  recibir a las Madres de la Plaza de Mayo luego de que solicitaran su audiencia para que él abogara por respuestas ante las desapariciones de sus seres queridos, nada. ¡Por todos los santos! Conocida es la reprimenda que el Juanpi dio en 1983, al flamante ministro de Cultura de Nicaragua, el sacerdote Ernesto Cardenal, luego del triunfo de la revolución sandinista. Durante el acto protocolario de bienvenida y en una transmisión en vivo, Wojtyla regañó al secretario de Estado por sostener postulados apóstatas y lo urgió a que “regularizara su situación”, estirando el dedo de la mano con la que dio de comulgar a Pinochet.

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En 1983, Juan Pablo II increpó al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal frente a cámaras de televisión, que propagara lo que llamó doctrinas apóstatas y le reprochó que formara parte del gobierno sandinista de Daniel Ortega.

El portavoz del Vaticano por entonces, el español Joaquín Navarro Valls, un miembro numerario del Opus Dei, era otra pieza clave en el tablero del papado. Él era quien decidía qué periodista acompañaba o no a Juan Pablo II en sus viajes. Dicen los diarios que fue él quien impidió al periodista Doménico del Rio, de diario La Repubblica, de Roma, viajar con el pontífice a su gira por Venezuela, Perú y Ecuador, en ese mismo 1985.

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Antes del pontificado de Karol Wotjyla, el Vaticano contaba con varias figuras restrictivas para considerar a alguien santo. Por ejemplo, se requería de la gestión del Abogado del Diablo, una especie de fiscalizador que indagaba en la vida del beato candidato a la santidad para probar su ‘limpieza moral’. Pero Juan Pablo II derogó esta figura. El tiempo entre la muerte del sacerdote y su canonización giraba alrededor de los 30 años, con el propósito de valorar las acciones de la persona en cuestión con una perspectiva histórica. Sin embargo, con el pontificado de Juanpi, estas medidas se redujeron a la simple demanda de «vivir los valores católicos en grado heroico y haber realizado dos milagros». Claro, desde que Juanpi murió, pasaron tan solo nueve años para que fuera declarado santo.

Este es el santo que en 1991 nombró al mexicano Marcial Maciel miembro de la Asamblea Ordinaria del Sínodo de Obispos sobre la formación de sacerdotes, el mismo santo que luego nombró al mismo Maciel, en 1992, miembro de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano entre otros títulos de honor consecutivos. Incluso cuando el escándalo de abusos sexuales por parte de Maciel se desató, el papa no dudó en seguir felicitándolo por su trabajo pastoral a pesar de las numerosas acusaciones en su contra por violaciones y estupros cometidos por él y otros sacerdotes. Así mismo, el entonces cardenal de Boston Bernard Law   fue demandado 450 veces por encubrir a sacerdotes pedófilos. Sin embargo, luego de renunciar a su cargo después de reunirse con el papa, el Vaticano le premió destinándolo a la parroquia Santa Maria Maggiore, en Roma, considerada una de las zonas más bellas del mundo, hasta que fuera removido por el papa Francisco.

maciel papa

Ha sido Francisco I, el papa que asumió luego de la renuncia del alemán Ratzinger, quien tiene que dar la cara por las atrocidades que la iglesia católica y el Vaticano han permitido durante buena parte del siglo XX y lo que va del XXI, so pretexto de luchar contra la amenaza roja del comunismo y sus aliados. Como en cualquier historia de superhéroes, las innumerables aventuras del paladín de la justicia terminan con un campo de batalla devastado, pero en este caso, el sabor a victoria con el que concluyen estas historias en los cómics o en el cine está ausente.

Dice Terry Eagleton que «la centralización de la Iglesia -durante el papado de Karol Wotjyla- fue tal que las iglesias locales adquirieron un carácter infantil y las estructuras de control local se debilitaron, lo que llevó al escándalo de los abusos con los niños. Su omisión a la hora de denunciar a curas pederastas (muy notoriamente el mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo) no sólo es falta de santidad, sino un delito. Marcial Maciel, cura mexicano fallecido en 2008, acusado de abusos sexuales contra menores desde los años 50. El principal protector de Maciel fue Juan Pablo II, quien incurrió en total complicidad».

Los escándalos de pederastia, los groseros despliegues de riqueza que siempre han significado un insulto a la inmensa mayoría de fieles católicos que continúan sumidos en la miseria, las consuetudinarias complicidades con líderes políticos seriamente cuestionados por la comunidad internacional, la responsabilidad sobre el incremento de casos de sida en poblaciones que ciegamente atienden al mandato papal de no usar condón y el silencio sepulcral ante un modelo de producción que ha incrementado los índices de mortandad, de analfabetismo, de pobreza y de exclusión son algunas de las razones por las cuales la iglesia, como una empresa que depende de las masas, ha visto disminuir su clientela.  El saldo en contra que lleva la iglesia tras el pontificado de Juan Pablo II y el irrisorio pasaje de Ratzinger por el trono papal, se asemeja a la bancarrota de una gran multinacional. Según estadísticas del Consejo Episcopal Latinoamericano, 10 000 personas desertan de las filas del catolicismo cada día en la región, otrora uno de los mayores bastiones de feligreses. Una gran cantidad migra hacia sectas menores o a disciplinas espirituales new age, evangélicas, protestantes e incluso al budismo o al islamismo. Simultáneamente, el ateísmo  muestra índices de crecimiento mientras hay aún quien mata en nombre de su dios.

Estos son los santos católicos. Estos son los principios que guían la idea que tenemos los seres humanos sobre la santidad, sobre nuestros propios derechos, sobre nuestras propias libertades, sobre la paz y sobre la humanidad.

Otras fuentes y textos complementarios:

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