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Ruido, ruido, ruido… ¡hasta que te estallen los oídos!

Diego Cazar Baquero /La Barra Espaciadora

Aquella tonadita que acompañó la niñez de quienes nacimos entre los setentas y ochentas ya no parece tan inocente ahora. El ruido es un asesino invisible, como un fantasma que, más allá de hacer estallar nuestros oídos, nos enloquece y mata. 

Hace poco, un estudio publicado en el portal del diario Público, de España, realizado por científicos del Instituto de Salud Carlos III, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Comunidad Madrid, determinó que el exceso de ruido en la capital española es una de las principales causas de muerte por enfermedades respiratorias.

Si bien el ruido ya ha sido vinculado con alteraciones nerviosas, con hipertensión, estrés y desórdenes cerebrales y cardiovasculares, nunca antes se había hallado un vínculo también con la posibilidad de que el entorno ruidoso pudiera afectar el aparato respiratorio. De hecho, estos especialistas europeos aseguran que el impacto del ruido en los índices de mortalidad de habitantes de Madrid corresponde al 6,2% por cada decibel que esté fuera del rango de tolerancia. La agrupación Ecologistas en Acción, en cambio, se refirió a los madrileños como una población expuesta a valores superiores a los que propone la Organización Mundial de la Salud (OMS), pues el 15% de la población sufre niveles de ruido que superan los 65 dB durante el día. A pesar de que desde 2002, la Unión Europea exige a los Estados miembros fijar objetivos de calidad para el ruido por zonas.

En Ecuador, según los últimos datos que constan en el portal del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), actualizados hacia el 2007, las principales causas de defunciones fueron, en este orden: la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, y, en cuarto lugar, enfermedades respiratorias como la gripe y la neumonía. Si tomamos como referencia el estudio presentado en España, es tristemente asombroso comprobar que, solo con excepción de la diabetes, las demás afecciones podrían ser causadas por el exceso de ruido. Pero, ¿sabemos algo de lo que ocurre con el ruido por estos lares?

El gobierno ecuatoriano se ampara en una normativa del Ministerio del Ambiente sobre  Límites permisibles de niveles de ruido ambiente para fuentes fijas, fuentes móviles, y vibraciones, y en una Norma de Ruido de Aeropuertos (Anexo 5 y Anexo 9 del Libro VI del Texto Unificado de Legislación Secundaria del Ministerio del Ambiente). El cabildo quiteño, por su parte, cuenta con la ordenanza 123 (ver anexos). Sin embargo, en la práctica, ninguna autoridad ha mostrado mecanismos adecuados para ejercer un justo control de las emisiones excesivas de ruido. Tampoco existen programas específicos que determinen los niveles de afectación a la salud pública de los ciudadanos ni procedimientos que delimiten sanciones. En las propuestas de trabajo de las principales autoridades de nuestras ciudades el ruido no consta como una preocupación relevante. Para nuestros alcaldes el problema del medio ambiente se reduce a cuidar el aire sembrando arbolitos, haciendo parques y poco más que eso.  Pero la  falta de espacios verdes y la emisión de gases contaminantes desde los vehículos es tan solo una arista del dilema. Nadie ha aceptado aún que las principales fuentes de la contaminación acústica en las urbes contemporáneas son el desorden en el tránsito vehicular y las obras de construcción.

Un asunto de salud pública, ¡como si te fumara en la cara!

Hace varios años, en Ecuador, era común viajar en un bus urbano acompañado de fumadores que, sin reparos, encendían sus cigarrillos dentro del vetusto armatoste y nadie osaba reclamar. Ocurría lo mismo en los aviones: la nube de humo inundaba el ambiente y nadie era capaz de elevar una protesta en defensa de sus pulmones… Pero un buen día se decidió tratar el problema como un asunto de salud pública, se emprendieron campañas que coincidieron con otras iniciativas similares en varios países de América Latina, hasta que se consiguió en casi todos, promulgar sendas leyes antitabaco. La ley antitabaco en Ecuador entró en vigencia a mediados del 2011 y desde entonces, fumar en espacios públicos se consideró un hábito perjudicial para la vida en sociedad. Se difundió con insistencia abundante información sobre los graves perjuicios a los que se vería sometido el fumador pasivo, rodeado de chimeneas andantes en espacios públicos cerrados, y la prohibición develó un conflicto social que rebasaba los límites de las libertades individuales. Pero, si fumar fue por fin aceptado como un problema de salud pública, ¿por qué es tan difícil aceptar que el exceso de ruido lo es también? ¿Somos conscientes de que el exceso de ruido puede generar trastornos conductuales, mentales y hasta la muerte?

Al salir de casa a diario soportamos violentos ataques sonoros que empiezan con el alarido del despertador… En la parada de bus chillan los discos de freno de esas moles de lata y las bocinas de todo vehículo no dan tregua al susurro. Ya a bordo de un bus, la música que elija el conductor suena tan estridente como los motores de las motocicletas. Los vendedores informales suben, ofrecen discos pirata haciéndolos sonar escandalosamente a través de sus grabadoras portátiles. Los músicos callejeros suben después, con pequeños amplificadores, e interpretan “un par de temitas” que esperan sean de nuestro agrado… Al bajar del bus de turno, en la calle, las bocinas que no dan tregua se disputan protagonismo con el reguetón que escupen los parlantes a las puertas de los locales comerciales. ¡Ruidos, ruidos, ruidos como puñetes invisibles que repartimos aquí y allá, sin ninguna compasión! El transeúnte violentado, ya con los nervios de punta y con el corazón a mil, decide encerrarse entre los audífonos de su iPod, con su propia música a todo volumen, creyendo que así puede liberarse de la bulla de la ciudad, pero se equivoca…

El neurólogo Oliver Sacks, en su libro Musicofilia, del 2009, detalló con minuciosidad la relación entre el oído y el cerebro humanos. El también músico y melómano inglés dijo que, a pesar de que el órgano de Corti de nuestros oídos, portador de 30 500 células pilosas receptoras del sonido, esté protegido por el hueso pétreo, muy dentro de nuestras cabezas, “escuchar música en un entorno ya ruidoso, utilizándolo para ahogar el otro ruido, casi garantiza la destrucción de [esas] células pilosas”, es decir, produce sordera tarde o temprano. Esto sin contar con los riesgos de padecer depresión, histeria y otros trastornos nerviosos.

Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, el riesgo para la salud a medio plazo debido al ruido es “muy superior al del tabaquismo pasivo y la contaminación de aire por ozono y partículas”.

 

Sin ánimo, cabreados y tristes…

Queridos lectores, ¿no son ustedes víctimas de insomnio con inusitada frecuencia? ¿A cuántos de ustedes les invade de pronto un zumbido dentro de sus oídos? ¿Acaso han sentido sudores o temblores mientras viven el corre-corre de sus jornadas laborales? ¿Han contraído gastritis y la han atribuido a su mala alimentación? ¿Han perdido su deseo sexual? Pues, el primer informe a escala mundial sobre contaminación acústica, difundido por la OMS en 2011 (ver anexo), señala que el exceso de ruido puede causar insomnio e incluso ataques al corazón. También es común que un ambiente ruidoso genere problemas de aprendizaje en los niños, graves niveles de estrés y esos ruiditos dentro del oído que a veces no quieren detenerse, conocidos como tinnitus.

La audióloga dominicana Alba Corripio asegura que las intensidades sonoras que superan los 85 decibeles son dañinas para la salud humana, pero resalta que el tiempo de exposición al ruido es determinante para medir la magnitud de los daños que, muchas veces, son irreversibles. La OMS recomienda que los rangos de tolerancia sean mucho más estrictos, sobre todo por la noche, ya que a esa hora el ruido produce alteraciones de sueño, incluso con niveles inferiores. Países como Italia o Alemania ya tienen objetivos de calidad más estrictos (Italia: 55 dB durante el día/45 dB por la noche para zonas exclusivamente residenciales; Alemania: 59dB/49 dB).

El ruido, así como en su tiempo ocurrió con el consumo de tabaco, es un problema de salud pública y ya es hora de que así sea tratado. Ahora, a nadie se le ocurriría encender un cigarrillo dentro de un bus, en un avión o dentro de un bar, ¿o sí? Seguramente sería una provocación digna de una mente antisocial. Paradójicamente, en medio de explosivos y escandalosos fuegos artificiales de tiempos de campaña electoral, quienes aspiran a ocupar el sillón del burgomaestre guardan un grosero silencio sobre el criminal fantasma del ruido.

Otros enlaces relacionados:

TULSMA

 Ordenanza 213 – 2007

OMS Salud-Guías para el Ruido Urbano

Informe ruido y salud 2012 España OMS

http://www.telegrafo.com.ec/sociedad/item/guayaquil-y-quito-son-las-mas-bulliciosas-del-pais.html

oidosangre

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