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El brillo de las fiestas de Quito

El silbo yumbo. Yumbada 30 de noviembre de 2014. Quito. Foto: Pablo Guerrero.

Por Javier Cevallos Perugachi / @Yaraviku

Época turbulenta la de fiestas de fundación española de Quito y, sin embargo, tan simbólica. Celebración conflictiva para una ciudad conflictiva, que no ha logrado articular un discurso propio que se encarne en sus habitantes, por haber sido construido sin su participación. Memoria reduccionista que pretendió, durante varias décadas, construir una ciudad-eco de las grandes metrópolis de Europa: la “Florencia de América”, el “Escorial de los Andes”, la “Ciudad española en el Ande”.

Pensar en quinientos años es pensar en muy poquito. Comprimir la complejidad de aquello que somos a esa idea de que la Historia (así, con mayúsculas) ocupa un periodo de tiempo nebuloso que abarca lo que nuestra memoria alcanza. Y, peor todavía, que eso es lo que “siempre ha sido”.

Lejano nos parece el año de 1959, cuando César Larrea, Luis Alberto (Potolo) Valencia, Gonzalo Benítez y Luis Banderas realizaron aquella convocatoria a los músicos de la ciudad para que saliesen a la calle y le dieran una serenata a Quito, como conmemoración de su fundación. Lejanísimo también parece ese tiempo en que la famosa “extirpación de idolatrías” diese inicio a este proceso doloroso y creativo de sincretismo cultural, del que somos resultado.


Lejano nos parece el año de 1959, cuando César Larrea, Luis Alberto (Potolo) Valencia, Gonzalo Benítez y Luis Banderas realizaron aquella convocatoria a los músicos de la ciudad para que saliesen a la calle y le dieran una serenata a Quito


Es desconcertante descubrir también que las Fiestas de Quito se vienen convirtiendo en uno de los termómetros fundamentales en el desempeño de los secretarios de Cultura del Distrito Metropolitano que, de esta manera, quedan reducidos a meros organizadores de eventos. Pero la culpa no es del funcionario sino de la pobre visión de Cultura (así con mayúsculas) que tienen las autoridades municipales, al no comprender el enorme potencial de las expresiones culturales en la construcción identitaria de la comunidad y su relación con el territorio. Por incapacidad o necesidad de resultados inmediatos se relega la riqueza del patrimonio inmaterial al evento utilitario, entretenimiento, folclor y proselitismo partidista.


Es desconcertante descubrir también que las Fiestas de Quito se vienen convirtiendo en uno de los termómetros fundamentales en el desempeño de los secretarios de Cultura del Distrito Metropolitano que, de esta manera, quedan reducidos a meros organizadores de eventos.


Fiestas del complejo y blanqueamiento, donde se reivindica un discurso excluyente, elitista. De allí que muchos suspiren actualmente y se lamenten de que las fiestas hayan perdido su brillo, refiriéndose a uno o dos eventos que ya no se realizan más. Es cuando aparece el esencialismo, y esta se convierte en época de reivindicar “nuestras tradiciones” y la “verdadera quiteñidad”. Como son épocas políticamente correctas, hay quien también pide que se invite a los Quitumbes, Atahualpas y Rumiñahuis (verdaderos ejemplos de identidad indígena) como personajes de segunda categoría en el gran banquete de la historia.

Pingullero de los Yumbos de Loma Chica. San Antonio, Mitad del Mundo, Pichincha, 30 de noviembre de 2014. Foto Pablo Guerrero.

Pingullero de los Yumbos de Loma Chica. San Antonio, Mitad del Mundo, Pichincha, 30 de noviembre de 2014. Foto Pablo Guerrero.

Pero, ¿cuáles son los “nosotros verdaderos” que encarnan las fiestas? Este es el punto cero de esta reflexión.

Hay que aceptar lo evidente: nuestro mestizaje es, fundamental, principal y mayoritariamente indígena, andino, americano. Nadie desconoce el importantísimo aporte español, pero (al igual que lo africano, lo moro, lo europeo) es solo eso, un aporte.

Hacer de lo hispano el eje de nuestro mestizaje se convierte en un error, por absurdo, al dejar por fuera una inmensa cantidad de elementos que son ocultados tras la idea de lo “civilizado”. Aceptémoslo: “lengua y religión” no son, exclusivamente, aquello que nos hace quiteños o quiteñas.


Hay que aceptar lo evidente: nuestro mestizaje es, fundamental, principal y mayoritariamente indígena, andino, americano. Nadie desconoce el importantísimo aporte español, pero (al igual que lo africano, lo moro, lo europeo) es solo eso, un aporte.


Fiestas de la hipocresía democrática donde los que nos impusieron “sus” fiestas, y pregonan “su” libertad, ahora intentan desconocer tramposamente la decisión de la mayoría.

Fiestas vaciadas, pretexto para gastarse groseramente el dinero en la tarima chichera, reduccionismo simplón del “arte popular”; y en la plaza taurina, disfrazándola de “arte elevado y culto”.

La cerenata (sic). Acuarela del pintor Juan Agustín Guerrero.

La cerenata (sic). Acuarela del pintor Juan Agustín Guerrero.

No creo que la idea sea la de cambiar de fecha. Los calendarios nos sirven para recordar hitos históricos que nos han constituido como comunidad. Deberíamos, mejor, resignificarla, reforzar esto que sucede actualmente: que se consolide como la temporada del año en que discutimos apasionadamente sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. No creo que algo como eso esté sucediendo en otra ciudad de Latinoamérica, no con la misma intensidad que en Quito. Y eso es una ventaja.


Fiestas vaciadas, pretexto para gastarse groseramente el dinero en la tarima chichera, reduccionismo simplón del “arte popular”; y en la plaza taurina, disfrazándola de “arte elevado y culto”.


Se puede ir sumando simbolismo a diciembre, convirtiendo estas fiestas en una celebración de nuestro mestizaje, pero el sincero, el que asume su condición primera y permanente de habitante milenario de estos territorios. Para ello, puedo aportar con un dato curioso: si se retiran las manos de la escultura que conocemos como “Virgen de Quito”, en una de ellas se hallará la fecha en que Bernardo de Legarda la terminó, 7 de diciembre de 1734. Es una de esas coincidencias históricas de las que me gusta hablar: posiblemente el escultor ignoraba completamente la fecha fundacional y, sin embargo, terminó su escultura un día después de los doscientos años exactos de la fundación española.


…si se retiran las manos de la escultura que conocemos como “Virgen de Quito”, en una de ellas se hallará la fecha en que Bernardo de Legarda la terminó, 7 de diciembre de 1734.


De allí que entiendo que, al perder un evento donde se concentra todo aquello que se reivindica como quiteño, pareciera (para algunos) que las fiestas perdieron sentido, que ya no queda nada para el festejo de los “verdaderos” habitantes de esta ciudad. Y no podría estar más de acuerdo.

Pero, al volver la mirada hacia la enorme riqueza cultural que nos rodea, estoy seguro de que podremos hallar con qué consolarnos.

Para festejar a esta ciudad tenemos el año entero, y una enorme cantidad de festividades populares que convocan, alegran y no necesitan depender de un presupuesto estatal para realizarse, pues son costeadas por los propios habitantes de la comunidad, porque son importantes, porque son necesarias.

Ayahuma. Foto: Pablo Guerrero.