Inicio Tinta Negra EDITORIAL: Lo que no destruyó el terremoto

EDITORIAL: Lo que no destruyó el terremoto

El terremoto del 16 de abril y las réplicas de este miércoles 18 de mayo develan varias vulnerabilidades a nivel político y a nivel económico en el Estado ecuatoriano. Pero, sobre todo, hay una sensación de que la creatividad en el manejo de la economía, que pobló el discurso oficial durante nueve años, ahora escasea. Las medidas se parecen a las del país del neoliberalismo, y mucho.

Imagen tomada de cdn.elvocero.com

La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

A un mes del terremoto del 16 de abril, dos réplicas nos recuerdan que el drama no es cosa del pasado. Parece que con los sismos de este miércoles 18 de mayo no solo se desplomaron esas pocas  estructuras que quedaban en pie, sino también aquellas que sostienen buena parte del paradójico Ecuador del siglo XXI. La estructura económica del Estado quedó desnuda y se parece al viejo país.

A lo largo de este tiempo, nos queda muy claro que la solidaridad de la población con las víctimas de la tragedia se combina con las buenas intenciones del gobierno central y de las administraciones locales. De todas partes del Ecuador y del mundo llegan iniciativas que alientan las esperanzas de quienes lo perdieron todo y viven en medio de una tragedia. Sin embargo, da la impresión de que el terreno para sacar provecho de todos esos esfuerzos e iniciar la reconstrucción aún es débil, como débiles eran las edificaciones que quedaron aún en pie en la zona del desastre y que han terminado de colapsar con los nuevos sismos.

Sin ahorros significativos, los 1 000 millones de dólares que necesita el fisco para la primera etapa de la reconstrucción van a llegar a través de las mismas vías que hubiera utilizado cualquier gobierno de la llamada partidocracia: deuda e impuestos.

En situaciones de emergencia, a ninguna fuente de financiamiento se le pone mala cara, pero al mismo tiempo provoca extrañeza la ausencia total de aquella creatividad que alguna vez –con rostro de ‘Yo sé lo que hago’– prometió el presidente Rafael Correa. Mientras la retórica oficial se sigue sosteniendo en esa anhelada creatividad, las decisiones económicas de los subalternos (los ministros Patricio Rivera y Fausto Herrera) apuntan a repetir exactamente lo que alguna vez criticaron: el endeudamiento con el FMI, con el Banco Mundial, las privatizaciones, la metida de mano al bolsillo de la gente con los impuestos…

Con esas medidas y a estas alturas, la tal creatividad suena conveniente para la propaganda pero no para generar nuevos ingresos para una economía con serios problemas estructurales: dependencia del petróleo, rigidez en los límites del gasto y vulnerabilidad ante cualquier shock internacional. Y para colmo, un terremoto devastador con réplicas no menos alarmantes que podrían extenderse, según los expertos, hasta junio.

La estructura política está desnuda y debilitada también. La polarización entre el oficialismo y la oposición ha provocado la extinción de las ideas para salir de la crisis. La solidaridad de las calles se termina cuando las clases dirigentes se encierran en sí mismas con el único fin de defender sus intereses, incluso a sabiendas de que eso bloquea el planteamiento de soluciones.

Estamos en un año preelectoral y ningún potencial candidato quiere quemarse ni arriesgar. Un paso en falso y sería carroña para los buitres.

El terremoto destruyó casas, edificios, carreteras, y las familias pobres son las principales víctimas. Viven en carpas o en los parques. No se sabe hasta cuándo. Sin embargo, las estructuras políticas (en las que se sostiene el populismo, el oportunismo, la demagogia y los escándalos) están intactas, tanto como las de una economía dependiente de las materias primas, de un Estado gastador y de un empresariado muy cómodo. Como se ve, no todo se cayó con el terremoto. El viejo país está en pie y no hay réplica que le haga mella.