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Trece tragos de amor. ¡Arrarrau!

El fin de semana previo a un San Valentín, un grupo de poetas ecuatorianos se juntó para conspirar contra la miel y presentar un pequeño librito de poemas "de antiamor, desamor y amor". El resultado es este manojo de golpes bajos que nos atañen a todos.

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar


Hubiese sido más romántico
Que mueras atorado con mi lengua.
O asfixiado, sofocado al interior de mi boca.
Así sabría dónde están tus restos.
Así me hubiese convertido al fin
En tu última morada.

(Carla Badillo Coronado. Poema a un muerto sin tumba. Arrarrau)

Como si entraras a la hueca de tu preferencia y te sentaras sobre la silla que mira hacia afuera para no dar las espaldas al mundo –no porque lo quieras contemplar sino para permanecer atento a su siguiente embestida–. Como si entonces pidieras el primer trago –o la primera botella–, mientras sientes que la temperatura de la tarde va cediendo lugar a la fiebre de la memoria. Así, como si se tratara de entrenarse para desaparecer, es abrir Arrarau, el primer libro del sello editorial Turbina.

Son trece tragos de puro amor descarnado y un bonus track que más bien parece el trago neutro que permite volver a vivir el mundo común y pasar desapercibidos. Este pequeño “juguete afilado” –como se llama a sí mismo el libro en su contraportada– es el delirio que resulta de una conspiración absolutamente amorosa. Arrarrau es un asunto de amantes por excelencia: desconsolados, paranoicos, frustrados y egoístas. Del amor como opción de consuelo podemos ir al camelo del idilio indestructible, y en el camino cruzarnos con gays confidentes, travestismos por compromisos –esos sí– eternos, enamorados de la sensación de amar y ser amados, fetichistas y suicidas.

Es que, si tiene que ver Arrarrau con el amor es porque tiene que ver con la muerte. Arrarrau es un diálogo entre suicidas mayores y aprendices de suicidas que pasan por comediantes de una tragedia común: el mundo.

Arrarrau habla de amor negándolo, escupiéndolo en confianza y escurriéndose en un diálogo de desesperados poetas que bien han aprendido lo que es amar. Poetas que han mordido las narices del amor propio al menos una vez en la vida. Poetas que añoran el confort de lo que nos proporcionaría el eterno retorno a la nada que nos precede. No obstante, solo se puede negar lo que ha sido visto, y para negar y negarnos es preciso desdoblarnos.

Estas trece estocadas fulminantes son el registro de uno que otro augurio suicida y también funcionan como pequeñas historias clínicas de un tiempo. El desaparecido poeta lojano Kélver Ax (1985-2016) es a quien se dedicó esta primera apuesta editorial de Turbina. Es Kélver también quien inaugura el libro con su P(r)O(b)L(e)EMA, del que aquí se extrae un fragmento:

a un poeta
no lo satisface ni una ni varias mujeres
sin embargo
el consuelo de sus piernas
sirve
sirve tanto que un amigo
ya no escribe
y me apena
porque era bueno
–ella dirá lo mismo–

Y a él le siguen voces que evocan tres décadas de amores desalmados y de dulces amoríos de insectos. Están los nacidos en su misma década, los ochentas: María Auxiliadora Balladares (1980), Andrés ‘Tush’ Villalba (1981), Juan Pablo Crespo (1981), Luis Borja Corral (1981), Fernando Escobar Páez (1982), Dina Bellrham (1984-2011), Carla Badillo Coronado (1985) o Yuliana Marcillo (1987); están los nacidos en los setentas: Aleyda Quevedo (1972), Marialuz Albuja (1972), Javier Cevallos Perugachi (1976), Karla Armas (1978); y está el poeta orense Roy Sigüenza (1958).

O acaso esto, que demanda el poema de Yuliana Marcillo, no significa medir el amor con justeza:

Aléjate, lo que sale de mí está que quema.
Tengo que escribir ahora.
Matar ahora,
Gritar ahora,
porque si me vuelvo a enamorar,
me volveré torpe.

El amor como destino, trayecto y punto de partida de un trauma colectivo –pero también como nudo traumático íntimo– es lo que reúne estos balazos llenos de amor, rebosantes de amor, como el que exuda el poema de Roy:

La camisa en la percha de tu dormitorio
es una pregunta
sin descanso
Dice: “a dónde”, “a dónde, amor”,
y su boca se vacía
en el viento helado de Brokeback Mountain
Ella, que cubrió tu bello rostro, llama. Voy
y la beso, beso toda tu muerte como un hombre.

Kélver Ax dilapida su poema:

las mujeres odian a los poetas
y yo las amo a través de su odio.

Dina Bellrham dilapida en el suyo:

El novio, la mujer de helio, los cuerpos, las manos, el silencio, el mundo que hay en ella, sus ganas de abrirlo y huir. La mujer de helio engulle al novio cuando no existe.

Arrarrau rinde culto a la valentía de los amantes que han sabido sepultarse en sus desnudeces –aun cuando saben que dolerá pues han sentido el calambre del miedo–, y llega el ruido sobre las nalgas, guste o no, y las reincidencias.


Las perchas:

Arrarrau está a la venta por cinco dolaritos en Librería Rayuela, Casa Mitómana, La Cleta, Casa Mutante, Café Jervis (Floresta), Pobre Diablo, cine Ocho y Medio, Míster Monkey, Alianza Francesa, Pájaro de Fuego (Mariscal) y en varios quioscos de revistas y caramelos. En Guayaquil, lo pueden encontrar en El Café del Cangrejo y El Coleccionista.