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Tazas rosas de té: teatro que pone a vibrar la memoria

Hoy, cuando con tanta soltura se habla en Ecuador de artes vivas, pero en donde seguimos poblados de artes muertas, un espectáculo sobre la muerte pone a vibrar la escena de nuevo y, con ello, la vida de los espectadores y del teatro en sí.

Por Bertha Díaz

Cuando el teatro, o mejor dicho el arte, la experiencia vital, hacen estallar la relación con Cronos y, con ello, se abren capas de la realidad que habitualmente están ocultas por el ordenamiento del sistema-mundo, acontece algo que difícilmente puede ser reelaborado por el lenguaje que usamos para nombrar lo que existe en él, lo que está en su primera esfera de visibilidad. Tazas rosas de té, del colectivo Mitómana Artes Escénicas, es una obra que provoca justo eso: apertura en el cuerpo, en las ideas instaladas sobre el teatro, en la experiencia misma de observación… entonces invita a abrir un nuevo recodo en el diseño de nuestras experiencias sensibles y también un nuevo modo de manifestación de nuestra propia palabra para dar cuenta de la experiencia.

En cuanto la obra comienza, inicia también una práctica de emancipación poética para todos los que entramos en este bloque alterno a la realidad pero que es, de la misma manera, estruendosamente real. Como espectador uno vive un desplazamiento: cae sumergido en los escombros de sí mismo. El tiempo singular tiembla. [Interior. Muy interior]. La emancipación se inicia ahí, en ese lance hacia lo hondo de uno mismo y desde ese sitio comienza a trazar su camino hacia el afuera, en un ritmo dislocado. Lo hace rozando las viscosidades que nos constituyen como sujetos y aquellas que constituyen la obra, hasta ser devueltos a la vida de otro modo.

La carnosidad de la propia memoria es interpelada por dos archivos fundamentales que se imbrican y se vuelven la médula temática de este trabajo: un archivo sonoro relativo a la masacre de obreros azucareros en el ingenio Aztra, ubicado en La Troncal (Cañar), acaecida en 1977; y un archivo personal que habla la muerte de una persona singular.

Las últimas funciones de esta temporada de Tazas Rosas de Té (premio de Dramaturgia Inédita 2016 del Teatro Sucre), se desarrollan este jueves y este viernes, en dos horarios: 19h30 y 21h00, en Casa Mitómana, situada en Martín de Utreras N31-296 y Mariana de Jesús. Para reservaciones: por teléfono, al 2438-617; o al correo electrónico: mitomanaartesescenicas@gmail.com

La Historia social se encuentra y amalgama con una historia mínima y cada una, de algún modo, contiene a la otra, afecta a la otra, reconstituye a la otra. Tazas rosas de té retorna con esta obra a este episodio cruento nacional y lo trata con rigor y respeto, al tiempo que logra un trabajo liberado de esa suerte de condena representacional instalada en las teatralidades que gobiernan, relativa al tratamiento de los archivos oficiales como materiales que requieren ser acogidos con solemnidad. La ausencia de ‘folclorización de la Historia’ o ‘folclorización de los afectos’ –por llamarla de un modo- es lo que permite la reactivación del recuerdo en el presente, de modo contundente.

Tazas rosas de té se erige como un tercer archivo, esta vez, vivo, que se fundamenta en el estado de encuentro de los dos archivos antes mencionados. Y, al mismo tiempo, convoca a la aparición de múltiples archivos personales que se activan en el presente del espectador, relacionados con sus propias muertes, que laten en el decurso ficcional y amplían la dramaturgia propuesta.

Cabe decir que el espacio presentacional que se articula con Tazas rosas de té es un dispositivo que alude a cualquiera de las más inquietantes escenas oníricas que uno ha transitado y que luego, al intentar traerlas al espacio de vigilia, no se alcanza a enunciar. La escena se despliega físicamente en varios niveles que han sido inundados por una inmensa cantidad de tierra. El espacio es metáfora de lo laberíntico de la propia memoria.

Las toneladas de tierra afectan directamente a todos los que participan en el montaje. Nuestros cuerpos, los de las actrices y los de quienes observamos, son lastimados. Los ojos no pueden ser indiferentes a un material como este, tampoco la piel, el olfato…. La tierra es el azúcar de Aztra, pero también es la tierra en la que se sumerge el cuerpo de la microhistoria. La obra se refiere a la muerte, la bordea, mete sus manos en ella. Uno siente su propia mortalidad sonando en altos decibeles, mientras la narrativa se produce.

La belleza del texto (escrito por Gabriela Ponce) y vuelto carne en una actriz que repta por el espacio, por su espacio interior (la impecable e inolvidable María Josefina Viteri) agita desde el inicio esa escena que de por sí abraza de modo inquietante.

Un sutil guiño a la estrategia formal (y quizás incluso me atrevería a decir, un homenaje) al poema Figura Sentada con ángulo rojo, 1988, por Betty Goodwin, de Anne Carson –maravillosa poeta canadiense-, en donde trabaja en una especie de expansión del pensamiento a través del uso del condicional, inicia esta especie de monólogo interior poético, que da pie al montaje. Y como si se tratara del despliegue de un verso contenido en el poema de Carson: Si un enigma entrara en la habitación… en la obra de Mitómana un gran enigma entra en el espacio teatral desde que esta inicia, pero también entra en nuestros cuerpos de espectadores que de inmediato reconocen su materialidad como habitáculos de la memoria. Poco a poco, Tazas rosas de té se encarga de que nos vayamos asentando en el enigma y le hagamos un lugar mientras se compone un gran tejido que al tiempo que nos conduce a nuestro propio horror (al de la Historia y nuestras historias), nos recompone y libera.

La belleza del texto (escrito por Gabriela Ponce) y vuelto carne en una actriz que repta por el espacio, por su espacio interior (la impecable e inolvidable María Josefina Viteri) agita desde el inicio esa escena que de por sí abraza de modo inquietante.

Hay una dimensión técnica muy bien trabajada que propicia que esto acontezca de manera brillante. El diseño sonoro generado en vivo, la actuación no solo de M.J. Viteri, sino también las secundarias pero imprescindibles de Marta Lasso y María Dolores Ortiz, permiten que el presente de la expectación se intensifique. Los personajes están constituidos para que enuncien diversos niveles de realidad y para que la narrativa oficial esté tensándose con la narrativa interior. Como dice Pessoa en su poema La Tabaquería: “Siempre una cosa enfrente de la otra, / siempre una cosa tan inútil como la otra, / siempre lo imposible tan estúpido como lo real, / siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie (…)”.

Además de la fuerza de las actuaciones, cabe hablar de la fuerza de los objetos, del vestuario, de la luz, del video, del audio, y de la potencia de una dirección que permite la expansión de todo (hecha por la dupla Pamela Jijón y Gabriela Ponce), en donde se revela sutil y contundentemente un saber-hacer que oxigena el teatro. Hoy, cuando con tanta soltura se habla en Ecuador de artes vivas, pero en donde seguimos poblados de artes muertas, un espectáculo sobre la muerte pone a vibrar la escena de nuevo y, con ello, la vida de los espectadores y del teatro en sí.


Bertha Díaz (Guayaquil, 1983) es investigadora independiente de artes escénicas. Miembro del colectivo El Sótano, sus intereses se mueven entre las relaciones/tensiones entre el arte y la vida, el acto de escritura y el reconocimiento del lugar del cuerpo en la producción del pensamiento.