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Nixon Chalacama, al borde de un precipicio

El cine de bajo presupuesto, fuera del canon del circuito comercial tradicional y del cine arte, ha levantado toda una maquinaria colaborativa en Ecuador, sobre todo en Manabí. Chone es donde Nixon Chalacama produce sus películas. Le apuesta al género de acción porque está convencido de que eso es lo que le hace falta al cine en el Ecuador. Esta crónica nos acerca a este director.

Nixon Chalacama, al centro, junto a dos de los actores.

Por Sandra Araya / @Sanrrangelica

Un minuto de vida.

Un precipicio en El Bejuco.

Un hombre cuelga de una roca, una moto se incendia entre el follaje.

***

Nixon Chalacama quiso hacer cine desde que empezó a ver cine. Como no tenía dinero para entrar a la sala, juntaba botellas vacías por las calles de Chone para venderlas y sacar plata. Con lo que reunía, en el mejor de los casos, podía comprarse una hamburguesa y entrar a la matiné. Si no conseguía dinero, se colaba a la sala por algún hueco. Si tenía suerte y no lo descubrían para sacarlo, lograba ver películas de Bruce Lee y de otros expertos en artes marciales.

Quería actuar en esas películas, quería pelear como ellos.

Consiguió un profesor de artes marciales que le daba clases dos veces a la semana, a cambio de un paquete de cigarrillos. Estaba ya cubierto un sueño. El otro…

Consiguió una cámara cuando era joven y filmó un cortometraje titulado Masacre en El Bejuco. Lo exhibía en las casas de quien quisiera recibirlo. Y le quedó gustando eso de filmar, a pesar de lo precario de sus inicios.

Para su segundo proyecto, En busca del tesoro perdido (1994), le pidió ayuda a un amigo que aceptó a regañadientes. Refunfuñaba a cada paso, a cada toma. Pero al final lo ayudó, aunque no estaba muy convencido del producto y de qué estaban haciendo, en realidad. Por eso, cuando Nixon le anunció que la sala del Oriflama (antiguo cine de Chone que ya no existe; de hecho ya no hay salas de cine en esa ciudad) estaba llena, el amigo no le creyó y se demoró muchísimo en llegar con la cinta para la proyección.  Al llegar vio la fila de gente que aún quería entrar a la sala, y le dijo a Nixon que era un mentiroso, que la gente ni siquiera había ingresado aún. Nixon le respondió que aquellos que esperaban se habían quedado afuera. La sala, efectivamente, estaba llena.

Nixon Chalacama y Fernando Cedeño (el amigo renuente al que luego le quedó el gusto por el cine) compartieron varios proyectos durante años. Ahora solo son amigos que se visitan asiduamente, y que opinan sobre el trabajo del otro, siempre con respeto y cariño.

—Nixon, ¿cuál era la intención de esa toma? —le pregunta Fernando a su amigo, luego de ver una escena en que este cae de una moto. El resultado: una clavícula rota, yeso, reposo de un mes que Nixon pretende ignorar, pues no puede dejar de filmar.

—Ya habíamos hecho esa escena tres veces. Fue a la cuarta que me caí. Mira, puse ahí esas piedras, porque los que me persiguen botan una granada, las piedras vuelan, yo vuelo por encima de la moto, y voy a dar al precipicio.

—Yo creo que fue el amortiguador de la moto —dice Fernando, quien también aclara que en este tipo de filmaciones siempre hay accidentes. De hecho, en esta ha habido pocos.

—Hoy voy a completar la escena. No se puede parar.

Un minuto de vida.

Un precipicio en El Bejuco.

Un hombre cuelga de una roca, una moto se incendia entre el follaje.

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Hacer cine en el Ecuador no es fácil. Quizá no lo sea en ninguna parte del mundo, pero aquí las dificultades apuntan siempre al mismo tema: dinero. Y el cine que produce Nixon Chalacama también padece ese problema, más aún porque a él le gustaría contar con un presupuesto para poder desarrollar las secuencias de acción que ha visto y que desea emular.

¿Cómo se financia sin ayuda institucional?

En Chone las personas se ayudan unas a otras. Es cuestión de amistad. Todos quieren participar, colaborar de alguna forma. A este último proyecto de Nixon se sumó Sixto Zambrano, en calidad de productor y actor. Es el bueno, afuera, y un desgraciado dentro de la pantalla. Su papel es el de un tratante de blancas que manda a matar al teniente que lo ha encarcelado; ese teniente (en la vida real es un hombre que se está postulando políticamente en Chone y que ha cedido el espacio donde funciona el estudio de edición de Nixon) es hermano del personaje principal de la película, al cual Nixon interpreta. Lo que sigue, por supuesto, es una trama con golpes, choques, incendios, balaceras, todo motivado por la venganza.

Y la justicia, quizás.

Ya que no hay justicia ni apoyo por fuera, que exista dentro de la pantalla.

Aunque no, en realidad, Nixon no se siente dejado por fuera. Ha recibido reconocimientos por su trabajo, lo han invitado a algunos festivales —cuenta—, pero no ha querido asistir porque le parece que aún no está listo para mostrar un material que lo haya satisfecho. Es esta la película que lo va a dejar feliz, esta la que va a reportarle un dinero, la que va a proyectarse en todo el país. Porque el Ecuador, para él, necesita más películas que sean realmente un espectáculo.

Esta lo será, dice.

Un minuto de vida.

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En Chone llueve sin pausa, con gotas pesadas y tibias.

Nixon reúne a su equipo en el estudio ubicado en las calles Rocafuerte y Atahualpa. La gente entra, sale, saluda, conversa un minuto y sigue cargando los equipos en los carros. Hay que tener cuidado con las máquinas. Alguna vez se les mojó todo el equipo en Pedernales y tuvieron que esperar un buen tiempo a que sanaran los daños.

Hay que meter las armas, también.

Desde hace años, por ley, ya no se puede filmar películas con armas reales, así que Nixon y su equipo han optado por fabricarse las suyas. Pesadas, con materiales diversos, tubos de escape, madera, piezas de aquí y allá, las armas que utiliza Nixon Chalacama en sus producciones se ven muy reales. Una de las granadas está hecha con una zanahoria gruesa, tallada, pintada de negro; nadie notará la diferencia en pantalla, pues solo por el peso y la textura se reconoce su origen. Incluso a la Policía han engañado con esos artefactos, dice por ahí Fernando Cedeño.

Cada actor fabrica su arma y cuentan todos con la ayuda de don Linares-Moreira, otro amigo que se sumó en algún momento al proyecto. Trabaja en un gran taller, donde puede pintar las armas, darles forma, conseguir piezas. También le ayuda a Nixon con el asunto de los carros para incendiar… Compran carritos de juguete, don Linares-Moreira los pinta tal como Nixon necesita, los incendian, los hacen explotar, y luego se hace el trucaje en el proceso de edición, que el mismo Nixon lleva a cabo.

¿Y por qué filmar películas de acción en el Ecuador?

—Porque el cine ecuatoriano necesita más espectáculo.

Precipicios, riesgos, fuego, lo que sea necesario para mostrar su visión al mundo.

Nixon edita, dirige, escribe los guiones, actúa, hace cámara.

Durante el día trabaja en el estudio, editando, poniendo efectos, mejorando las voces de los personajes. Le llevan la comida ahí, para que no tenga que salir, sobre todo si tiene que editar todo el día, como cuando el clima no ayuda y hay que esperar pacientemente a que la lluvia pare.

En Chone llueve sin pausa, con gotas pesadas y tibias.

Para cuando escampe, la gente ya se habrá reunido y podrán salir todos para terminar una escena que ha quedado inconclusa, la misma en la que Nixon se rompió la clavícula.

—No se puede retrasar más esta filmación. Llevamos tres años y cuatro meses con esta película. Se ha perdido plata, recursos. Hoy puedo terminar esa escena, hacer un par de tomas. Lo peligroso viene mañana.

Un precipicio en El Bejuco.

***

La zona de El Bejuco está como a tres kilómetros a las afueras de Chone. Es un cerro de vegetación espesa. Se han establecido lugares turísticos, para recibir gente en las temporadas de vacaciones, pero quizá los paraderos más atractivos (puede ser una cuestión de percepción) sean los pequeños puestitos de empanadas y bocadillos a lo largo de la carretera. Y fue en El Bejuco donde Nixon filmó su primera obra. Vuelve al cerro, para finalizar una toma, para hacer una escena peligrosa, a pesar de sus heridas, de su cansancio.

Primero, hay que captar imágenes de la persecución, del cerro. Para eso, los actores deben repetir su carrera una y otra vez, cuantas veces sean necesarias, para que la toma quede perfecta. Esas imágenes se grabarán desde la cámara fija y desde el dron. El objetivo, construir el entorno, a través de planos, donde se produce la persecución, donde la moto del protagonista queda incendiada en el fondo de un precipicio verde.

¿El hombre?

Detrás de la cámara. Detrás de los controles del dron. En la moto. Probando un nuevo explosivo hecho con cloro en grano y líquido de frenos (vaya si saca chispas la combinación). Pero al final, el explosivo no convence a Nixon y este y opta por seguir utilizando los efectos en la computadora. En las pruebas, una chispa le salta al ojo. Pequeños accidentes, gajes del oficio.

En el cine de acción que se hace en Ecuador no hay dobles, no hay mayores elementos sino los reales con que cuentan los actores. Es decir, si hay puñetes, son reales. Si hay caídas, son reales (el yeso de Nixon lo  muestra, así como Sixto Zambrano se rompió la muñeca hace unos meses). Y si hubiera presupuesto, quizás el rol de doble seguiría vacante: a la gente que actúa en las películas de acción de Nixon Chalacama le gusta ese papel de riesgo, ese toque de adrenalina. Después de todo, fue esa acción la que motivó a Nixon a iniciarse en el cine y hay que tomar en cuenta que uno de sus grandes referentes cinematográficos es la saga de Rápidos y furiosos.

Y los otros roles tradicionales que se ven en la producción cinematográfica también son cubiertos por Nixon y sus compañeros. Todos actúan, en principio y por supuesto, de malos, de buenos, de extras. Ese es el caso del coronel José Luis Garcés Naranjo, quien ha brindado su apoyo incondicional al proyecto de Nixon, pues para él es inaudito no colaborar: “el cine es cultura”. Así también ha colaborado un hacendado de la zona que prestó su helicóptero para algunas tomas, y su casa; actúa, conduce su helicóptero; en una balacera, muere en escena (es del equipo de los malos). Para los otros roles —cámara, fotografía, continuidad, vestuario, etc.—, todos ayudan en lo que pueden.

No por eso se descuidan detalles. En la famosa escena en que Nixon se cae y se lastima, el personaje usaba una chaqueta verde sobre una camisa negra. Las tomas lo muestran de frente. Para continuar la escena, al día siguiente del accidente, Nixon se pone la misma chaqueta, pero usa una camisa rosada; la cámara está a sus espaldas y él, antes de grabar, esconde cualquier faldón rosa que pueda delatar que la situación se produjo en otro día. Los otros miembros del equipo también notaron el error y lo ayudaron a corregirlo antes de que se pusiera en marcha la cámara. Y eso que aquí no hay un continuista que se encargue, como en las grandes producciones, de ver lo irrisorio; hablar de los grandes errores de raccord en el cine comercial sería largo y tedioso. Mejor concentrarse en el paisaje, en la escena. En un charco cercano, un pequeño sapo produce un sonido como de gato ahogado. En Chone, la temperatura, luego de la lluvia, es de 30 grados.

Después de varias tomas, de poner la cámara en distintos ángulos, Nixon queda satisfecho. Ya hay material para seguir editando. Es sábado. El domingo va a grabar la escena peligrosa.

Un hombre cuelga de una roca, una moto se incendia entre el follaje.

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En el estudio, un domingo por la mañana, Nixon recibe unas pomadas para aliviar el dolor y la hinchazón de su última herida. Se las pasó un doctor, gratis, pues él está ahí para colaborar. Mientras edita, muestra su rostro en varias escenas y completa los datos sobre su vida. Sobre lo que ha sido su vida desde que descubrió el cine.

Nixon Chalacama se ve mucho más joven de lo que es. No tiene ni una sola cana. Tiene cuarenta años cumplidos, tres hijos, tres separaciones. En el mundo del cine hay celos, y las mujeres con las que se casó Nixon no supieron lidiar con la tensión de que este trabajara con chicas en cada rodaje. Uno de sus hijos, incluso, y para molestia de la madre, cuando era pequeño, recibió una herida leve durante la filmación de Secuestro al presidente.

—Claro que trabajo con chicas bonitas, para qué, y alguna vez me enamoré. Pero sabe, a las mujeres en Chone no les gusta salir en películas. Son hermosas, hermosísimas, pero son tímidas. Hay que buscar en otro lado. Para esta película, tenía una chica que salía en varias escenas, pero ella viajó a Quito y volvió mucho más gruesa de lo que era antes… No podía hacer nada, me cambió el personaje. Tuve que cambiar su papel.

Una novia que tuvo en alguna época lo acompañaba a recorrer los caminos para vender sus películas. Lo acompañaba a Manta, a Guayaquil, a Portoviejo, pero ahora el cine es lo que ocupa todo su tiempo.

A Nixon no lo solo le gustan las películas de acción. También —dice— disfruta de las películas románticas, como Tres metros sobre el suelo, una cinta que le gustó muchísimo. Tiene planeado realizar una película romántica luego de que acabe Un minuto de vida y de que, claro, constante que esta le ha dejado algún rédito. Esta nueva producción estaría protagonizada por su hijo mayor, de 16 años.

Para Un minuto de vida, una película que él considerara que esté lista para mayo, del Municipio le habían ofrecido 20 mil dólares, una promesa que no llegó a concretarse. Por eso tuvo que buscar ayuda. Y también poner plata de su bolsillo.

Durante su vida ha trabajado en medios de Manabí, y gracias a este puesto pudo acercarse al expresidente Lucio Gutiérrez para pedirle presupuesto. Gutiérrez ya había visto Secuestro al  presidente y conocía a Nixon de nombre. Actuó, de hecho, en Los raidistas (2012), la historia de cinco choneros que partieron a la capital, en el año 1939, para demostrar que se podían abrir carreteras entre la Sierra y la Costa. El expresidente Lucio Gutiérrez aceptó participar en el filme, pues Nixon le había mostrado una foto de los personajes y comprobó que uno tenía gran parecido con él, y además, le facilitó la filmación en una hacienda suya en la Sierra, así como el pasaje para su equipo, además de 5 mil dólares para otros gastos de filmación.

El resto de financiamiento para sus otros proyectos ha venido de su propio trabajo, de Sixto Zambrano, en esta ocasión, productor de Un minuto de vida. Quizá —dice Nixon—si hubiera más plata, podría pagarle a la gente que trabaja conmigo y hasta podría contratar a más personas. Muchos que quieren colaborar llevan su propia comida. Y a falta de dinero, a él le toca hacer de todo, y fueron oficios que fue aprendiendo en el camino.

Siempre quiso dirigir, aunque tal vez no conociera con exactitud el término para denominar a quien está detrás de la cámara con la intención de mostrar su visión al mundo. A editar aprendió después, gracias un personaje que se cruzó en su vida, Rubén Rivera (todos los momentos en la vida de Nixon Chalacama se derivan de sabrosas anécdotas, sobre todo aquellos que tienen que ver con su carrera cinematográfica). Rivera había traído de Estados Unidos, en un tiempo lejano, equipos novísimos de edición, pero a él no le gustaba editar el tipo de cine que hacía Nixon, pues era cristiano. En esa época, Nixon tenía entre manos el proyecto de El cráneo de oro (2001), pero no lograba convencer a Rivera para que lo ayudara. Hasta que lo tentó el diablo al cristiano: así se lo contó a Nixon, pues una mujer se había cruzado en su vida. Desde entonces, Rivera no volvió a pisar una iglesia y, de paso, produjo la película junto a Nixon, al tiempo que este aprendía todo del oficio de editar en video.

Otra anécdota se desprende de la cámara que utiliza Nixon. Esta era propiedad de otro amigo de él, que le quedó mal con un dinero, de cuando trabajaron en el Municipio juntos. Este luego se dedicó a las drogas y al alcohol, se gastó la plata y tuvo que recurrir a Nixon para venderle la cámara. Más que vendérsela, se la empeñó, y así Nixon fue pagándole de a poco hasta llegar a los 4 mil dólares. La cámara graba imágenes de excelente calidad y esa gráfica es la que se ve en la película, en las tomas que aún Nixon edita mientras conversa de su oficio. El dolly que utiliza para las tomas en movimiento también lo consiguió de forma parecida, comprando a bajo precio, y es que esta herramienta para él es fundamental, porque sus películas de acción requieren de escenas fluidas, no estáticas. “Al espectador hay que darle movimiento, acción”.

En alguna ocasión, le han ofrecido cursos para que estudie cine, pero él ha ido un par de veces y ha salido un poco decepcionado. Ya no está para aprender lo básico, que ya maneja, sino que quisiera que le enseñen efectos especiales, cómo filmar secuencias de acción, lo que él quiere mostrar. Si lo mandaran —dice— a ver cómo se hace una película en Hollywood, él podría aprender de lo que ve. Así fue, de hecho, que aprendió muchas cosas cuando trabajó en el set de Mejor no hablar de ciertas cosas, de Javier Andrade, a pesar de que esta no era una película de acción.

Ya no quiere pedirle favores de plata a nadie, a nivel institucional, pues alguna vez fue a la Casa de la Cultura, pero no obtuvo respuesta sino la de que no había dinero. Por sus propios medios quiere salir adelante. Quiere demostrarle a Chone que el sueño se ha cumplido. Y sin embargo, un apoyo no le vendría nada mal en un futuro próximo.

Afuera, la ciudad de Chone parece sucumbir bajo el agua, pero la lluvia, de pronto, desaparece. Un vaho de calor se levanta de las calles.

Una vez más, la gente comienza a llegar al estudio. Entra, sale, saluda, conversa brevemente, empieza a cargar los equipos. Las armas. El vestuario. Falta un actor que, al parecer, no va a llegar porque pensó que la filmación se suspendería luego del accidente de Nixon. Pero si el director dice que el rodaje sigue, pues sigue, con heridos y todo.

Falta la escena peligrosa en que Nixon queda colgando de un barranco en El Bejuco, luego de una persecución en la que huye en una moto. Los bomberos le van a colaborar con su seguridad, amarrándolo con cuerdas. Y aun así, la toma es arriesgada. “Pero va a quedar bien, no cree”, dice él, ya levantándose, dispuesto. Por efecto del yeso que lleva en la clavícula camina un poco envarado, pero dice que no le duele. Está pensando seguramente en cómo ingeniárselas en el risco sin la movilidad total de sus brazos. “Pero hay que filmar”.

No hay tiempo que perder.

Ni siquiera un minuto de vida.

Al borde un precipicio.

Sobre una moto en llamas.


*Coletilla. En febrero del 2016, el Consejo Nacional de Cine (Cncine), a través de una productora, encargó a 10 cronistas la realización de 10 perfiles sobre 10 cineastas ecuatorianos. Por razones que hasta la fecha de esta publicación no han quedado claras, los textos no se publicaron. En vista de que los cineastas –sus amigos, sus vecinos, sus familias– nos recibieron en sus hogares, nos dieron su tiempo y confianza para que pudiéramos escribir estos textos sobre sus vidas y obras, en honor a ellos, a  su tiempo y porque no queremos que los mismos pierdan vigencia, algunos de los cronistas hemos decidido publicarlos en este espacio. Puedes leer también Eriberto Gualinga, el cineasta que contó a Sarayaku, de Marcela Ribadeneira, y Alberto Muenala y el tejido del tiempo, de Diego Cazar Baquero.