Inicio Culturas Soy tan naturaleza como una tortuga, un árbol o una piedra

Soy tan naturaleza como una tortuga, un árbol o una piedra

Una reseña de la cinta La sal de la Tierra, de Juliano Ribeiro y Wim Wenders, que retrata la vida y la obra del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.

Por Anaís Madrid / @anaistamara

De La sal de la tierra (2014) quisiera anotar tres cosas: la genialidad de Win Wenders y Juliano Ribeiro para hacer de la narración el soporte más importante del documental; la parábola de la vida, cuyo vértice es la brutalidad de la raza humana, y esta frase de Sebastião Salgado: “Soy tan naturaleza como una tortuga, como un árbol, como una piedra”.

Un fotógrafo, literalmente, dibuja con la luz y es capaz de escribir y describir el mundo con luces y sombras. Arrancar con esta definición es advertir sobre uno de los recorridos más sinceros por el planeta. Para Juliano Ribeiro, La sal de la tierra es “la historia de un hombre que se confronta con el mundo de una forma muy abierta”, que tiene la misión de “traer las historias de las personas que son olvidadas”. En este documental, Wenders y Juliano Ribeiro Salgado no pretenden mostrar las fotografías de Sebastião Salgado como las podemos mirar en sus libros o en sus exposiciones; sino de mostrar la acumulación de experiencias en el recorrido de un hombre durante 40 años.

La sal es “lo que da gusto, el sabor de la tierra son las personas”, dice Juliano Ribeiro; y es que, durante mucho tiempo, la preocupación de su padre fue la humanidad en sus sabores más amargos y más dulces. La necesidad de contar historias, de mostrar la sal con “sus rostros marcados, bien vividos”, de encontrar esos sabores en más de 100 países, hizo que Salgado cambiara su carrera de economista por este oficio de la escritura con luz y sombra.

En el perfil de Sebastião Salgado estos tres datos merecen un lugar especial: 1) se define a sí mismo como un “contador de historias”; 2) ve la vida en color, “el blanco y negro es una simple abstracción”; y 3) desde hace mucho trabaja con cámaras digitales pero no sabe editar en la pantalla. Nació en Aymorés, en el estado brasileño de Minas Gerais, en 1944, lugar que abandonó para doctorarse en París. Pero no fue hasta 1973 que tomó la cámara fotográfica de su esposa Lélia.

Si se ve en función de su historia, su primer proyecto, “Otras Américas”, descubre la necesidad del brasileño por regresar a la Latinoamérica que extrañó durante varios años, y emprender la búsqueda de historias entre los Andes. En La sal de la tierra, la voz de Salgado acompaña las fotografías blanquinegras, nutre la narración de sentimientos, emociones, datos e impresiones. Con “Otras Américas”, Salgado deja la visión folclórica de los indígenas, con ponchos y sombreros en el páramo andino, para contar la agitación social de América del Sur en los setentas desde los rostros, el trabajo, los caminos de los nativos.  

otras américasLas fotografías no cambian cosas pero sí pueden concienciar. En el nordeste de Brasil, entre 1981 y 1983, empezó una travesía que lo llevaría a destapar el lado más sórdido del ser humano. Durante estos años, Salgado encontró el acercamiento entre vida y muerte: zonas con altos índices de mortalidad infantil, ataúdes de alquiler, campesinos que nunca dejan de trabajar… Más tarde, y con una visión social más desarrollada, en el libro Sahel-el fin del camino (1984-1986), muestra el hambre, o mejor dicho, el enorme problema de reparto. Junto a Médicos sin Fronteras fotografía el cólera en Etiopía: “rostros jóvenes y envejecidos por el sufrimiento… morir aquí es una continuación de la vida”. Llegó a Sudán, Mali y comparó la piel de la gente con la corteza de los árboles. Después de Sahel, el mundo notó el trabajo de este fotorreportero que sugería temas sociales, y con Trabajadores (1986-1991), ese lado sórdido de la humanidad se disparó. Salgado había desarrollado una empatía por la condición humana y el trabajo manual. Retrató Kuwait, Calcuta, la Unión Soviética, preguntándose: ¿quiénes construyeron nuestro mundo? Agricultores, pescadores, trabajadores, mecánicos. La serie de fotografías de la era industrial cuenta historias de la tierra explotada y contaminada que nunca deja de arder y de los trabajadores minúsculos ante máquinas y explosiones. Salgado dice que su obra es “fotografía militante”, porque sus imágenes se dedican a la mejor comprensión del ser humano, sin embargo, los días oscuros de Trabajadores insinúan la peculiaridad de su trabajo. Y son solo el preámbulo.

otras americas 2
Otras Américas.

El vértice de la parábola es África. Y una de las preguntas que deja La sal de la tierra es “¿Hasta qué punto el odio es contagioso?”. El libro Éxodo (1993-1999) se dedica al movimiento de las poblaciones, a los refugiados, a la violencia y la miseria. A la muerte. Otra vez el interés por mirar y hacer mirar a los marginales prevalece. Pero Ruanda fue el punto final. En 1994, el 75% de la población Tutsi fue eliminada; murieron 800.000 personas en 100 días. “El infierno se instaló en la sabana”, dice Salgado. La selva, los gorilas y los muertos son las imágenes más conocidas de la Tierra de las mil colinas; pero la Ruanda de Éxodo encuentra la crueldad y la esperanza en el mismo campo de refugiados: una madre sentada con las piernas estiradas consuela a su hijo, quien la mira a los ojos; a pesar de lo que ocurre a su alrededor, la confianza entre ambos es invencible.

La segmentación racial impuesta por los belgas en 1934, que ubicó a los tutsis en una posición social privilegiada, fue el inicio del resentimiento. Los niños y niñas crecían sabiendo si eran hutus o tutsis. El discurso del odio fomentado por la radio fue uno de los detonantes para que la gente saliera a las calles a matar con machetes chinos, en abril de 1994. “No nos dábamos abasto para enterrar a la gente”, recuerda Salgado. “Todo el mundo tenía que ver estas imágenes para ver lo terrible que es nuestra especie”, pero más allá de mirarlas, ¿qué?

Éxodo significa un quiebre en el trabajo y en la visión del brasileño. Dejó el país africano sin creer en la salvación de la especie humana. Su hijo comenta que cuando fotografió la matanza tenía entre 56 y 60 años: “comprende que su fotografía no va cambiar nada por las personas que está fotografiando, el drama es tan grande que no hay cómo alertar a la opinión pública internacional”. Y es que no se puede hacer nada más porque “cuando las fotografías llegan al mundo es para recordar una cosa que ya pasó, es un drama absoluto”.

Éxodo.
Éxodo.

La tierra fue el remedio a la desesperanza: ver la tierra crecer y descubrir esos lugares puros donde la sal permanece intacta fue una manera de sanar. El proyecto Génesis (2004-2013) es la voluntad de Salgado por mirar algo diferente, “aprender a fotografiar esas cosas también”. Su primer reportaje tiene cuatro protagonistas: tierra, agua, aire y fuego, se trata de contar cómo es esa mitad del planeta que todavía sigue como en el día de la creación. Para ello visitó los lugares más extremos de este mundo; llegó a las islas Galápagos para buscar lo que descubrió Darwin y al retratar a una tortuga de más de 100 años pensó que tal vez ella sí llegó a conocerlo; se hizo amigo de una ballena en Argentina y recordó los cabellos de su madre al acariciar un helecho.

Como si fuera el regreso a la luz de los paisajes andinos de Otras Américas, Génesis es el final asombroso, optimista y motivador. Juliano Ribeiro y Win Wenders dibujan la parábola de la vida con las historias de Salgado, quien se tardó 40 años para hallar las dos caras de la sal, de la humanidad, que hace del mundo un lugar «complicado, bárbaro y muchas veces cruel».