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El primer día de escuela, 30 años después

Nadie olvida su primer día en la escuela: alegría, expectativa, ilusión, incertidumbre, terror se juntan para hacer de este un momento singular.  Treinta años después, David Coral volvió a la escuela donde cursó su primer año para revivir, narrar y retratar este momento crucial de nuestras vidas.

Volver a la escuela es recuperar recuerdos, sensaciones insuperables, vergüenzas y miedos. Foto: David Coral.

Texto y fotos de David Coral

A mi madre

Un buen día, tu madre o tu padre o tu abuela deciden llevarte a la escuela y dejarte allí durante trece años. Tú no eres consciente de lo que eso significa, pero presientes algo grave: una ruptura, quizá la primera en tu vida, con un mundo que hasta entonces había sido pequeño, sencillo y feliz. 

Es el primer día de clases de primer grado. Uniforme planchado, marcadores nuevos, anaqueles, bolitas de naftalina en los urinarios. Al igual que tú, cientos de niños, hoy más que nunca, buscan resguardo entre las piernas de sus madres. Nadie sabe muy bien qué hacer. Hay desorganización y la espera se vuelve infinita, pues, a media mañana, la bienvenida a los estudiantes para la cual te despertaron tan temprano aún no ha comenzado. Más nerviosos que tú, tus padres, a quienes pronto se les acabará el permiso que pidieron en el trabajo, te dicen que debes estar tranquilo, aunque ellos mismos no paran de arreglarte el saco, fajarte el pantalón y darte instrucciones, como si en serio partieras rumbo a la guerra.

Por fin la alarma suena por los altavoces del patio central. Es la señal que todos habían estado esperando, la que anuncia que ya no hay vuelta atrás. Los niños forman escuadras en medio del patio mientras sus padres, ya no tan seguros de estar haciendo lo correcto, se agrupan en una esquina y siguen cada movimiento de sus hijos como si, por vez primera, los vieran a más de 30 pasos.

Se suponía que el inicio de clases coincidiría con el fin del verano y las primeras lluvias. Pero no. Un sol inclemente arde en las cabezas de un ejército de niños que extienden sus brazos para tomar distancia. Para cuando suena las primeras notas del Himno Nacional, a ti definitivamente esta broma ya ha dejado de gustarte. Buscas a tu madre con la mirada, pero por primera vez ya no la encuentras.

Agitando un papel con la mano –que bajo el sol andino brilla como la hoja de un cuchillo– el inspector saluda a los asistentes. Menciona al reverendo padre rector, a la benemérita vicerrectora, al personal administrativo, a los profesores, a la señora de la limpieza y a los alumnos. Habla de valores, espiritualidad, aprendizaje, disciplina y buenos seres humanos. Nadie lo escucha. Nadie le cree. Del otro lado del patio, el profesor de Cultura Física corre a auxiliar a una niña que se ha desmayado. De este lado, un niño no puede contenerse más y explota en llanto.

La madre del niño que llora también corre a socorrer a su hijo. Pero desde un balcón, megáfono en mano, el inspector frustra la iniciativa, pide a la madre que regrese a su sitio y vuelve a hablar de valores, coraje y disciplina.

El acto de inauguración termina justo cuando tú también estabas considerando la opción de desmayarte. La señora que ha estado parada al final de la fila guía al grupo por un largo corredor de tablones de madera que crujen con cada paso. En el camino, colgadas de las paredes, las imágenes de varios hombres con patillas muy largas no dejan de mirarte. Dicen que son los próceres de la Patria. Se abre una puerta. Sobre el pizarrón hay un escudo descolorido y en la esquina del salón una pelota de básquet desinflada. Tú no lo sabes, pero esa es tu aula, el lugar donde estarás sentado durante al menos un año. Ella es tu profesora. El pupitre está frío. Junto a ti se sienta un niño al que parece no importarle todo lo que tú estás pensando.

Es tu primer día de clases. Mañana probablemente estarás mejor.


David Coral es fotógrafo documental y periodista. Estudió Comunicación y Literatura en la Universidad Católica del Ecuador y Fotoperiodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Durante 10 años fue director y editor de Revista MONTAÑA. Ha colaborado con textos y fotografías en varias publicaciones dentro y fuera del Ecuador.

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