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Anclajes: relatos de tiempos que se encuentran

Los relatos de la tragedia del 16 de abril del 2016, en Ecuador, atraviesan cada minuto de las vidas de quienes quedamos. Los ecuatorianos ya no podemos ser los mismos. Todos vivimos un mismo y permanente temblor que nos sirve para recordar, para levantarnos, para imaginar y también para no olvidar. La memoria tiene caminos misteriosos y Carolina Calero Larrea nos muestra uno de ellos en este ejercicio.

Por Carolina Calero Larrea

“La gente tiende a olvidar. Pero el terremoto dejó una huella.
Y las fotografías son también una huella”.
(Ivo Uquillas, Portoviejo, marzo de 2017)

A dos meses del terremoto del 16 de abril del 2016, participé en un proceso de identificación y digitalización de fotografías históricas de entre 1920 y 1950 en varios cantones de la provincia de Manabí. Pero todo, a esas alturas, giraba alrededor de la tragedia. Ahora, un año después, también. Y quizá siga siendo así por mucho tiempo.

En este corto ensayo visual, las imágenes históricas halladas en Portoviejo, Bahía de Caráquez, Charapotó y Jipijapa se entrelazan con algunos relatos locales sobre la experiencia vivida durante y después del terremoto. Las fotos fueron halladas en un contexto posterremoto, pero no se refieren a él directamente, sino solo a través de los testimonios, que inevitablemente las describen como si no pertenecieran a un pasado lejano.

Tanto la imagen como el relato pertenecen a la misma persona. Al igual que una imagen fotográfica, el recuerdo del terremoto perdura, está anclado en la memoria y permanence entre los pobladores de Manabí que ahora habitan un tiempo y un espacio estremecidos, heridos, transformados, pero sobrevivientes.

“15 de abril: Bullicio, color, vida, tradiciones.

16 de abril: Miedo, dolor, incertidumbre, angustia, tranquilidad familiar.

17 de abril, en adelante: Portoviejo ya no está. Ya no están sus sonidos. Está desperdigado. Es otra ciudad. No la reconozco”.

(Alexandra Cevallos, Portoviejo, 14 de abril, 2017).


“Fue fuertísimo. Yo estaba sola en la cocina, pero sentí que mi casa caminó, que las columnas de madera daban unos pasos como si fueran los pies de un gigante. Parecía que las ventanas hacían unas muecas. Yo solo me puse a rezar y me quedé parada en la puerta. Y el sonido… el sonido parecía que salía de las profundidades de la tierra. Yo sí pensé que me iba a morir. Y usted, ¿sintió el terremoto?”.

(Eufrasia Talledo, Charapotó, junio, 2016).


El sol ya se había ocultado dejando tras de sí una estela roja como fuego, era una noche rara, maravillosamente rara. El cielo no estaba naranja, era negro, gris y rojo. Volví a usar la cámara del celular para tomar dos fotos más. Había mucha gente mirando el atardecer sentados a lo largo del muro. Saludé a alguien que estaba cerca cuando no sé si algún ruido me alertó y puedo aún recordar claramente cómo se movía el piso, como si alguien moviera con una inusual fuerza el suelo. No me caí y más bien me mantuve caminando hacia La Rotonda. Mi preocupación era mirar al mar que estaba muy, muy bajo. Estábamos en aguaje. El atardecer rojo se reflejaba en el espejo que en ese momento era la arena mojada. Al fondo la Punta Bellaca parecía haberse caído, pues de ella se elevaban dos columnas de polvo que se veían negras a la distancia (…). Los días posteriores fueron impresionantes. Jamás olvidaré ese día. Creo que fue lunes. Fui a Bahía a buscar algo de mi ropa. No se podía llegar en carro. Me dejaron en las afueras, cerca de la Capitanía. Entré por el barrio Marianita y no pude contenerme. Lloré como jamás lo había hecho. Un dolor inmenso laceraba mis entrañas. Todo estaba destruido, al mirar hacia el Malecón había cables caídos por todos lados, polvo y postes inclinados. Las casas, con paredes desvencijadas. Al llegar a la iglesia, en el atrio había cuatro féretros. Allí estaba mi amiga Carmen, con quien habíamos quedado en vernos para celebrar nuestra vieja amista. No pudimos hacerlo. El hotel donde estaban ellas celebrando se había caído. Mary y Janeth, atrapadas bajo los escombros, se salvaron, pero ella y su hermano Patricio, dueño del hotel, nos dejaron. Carmen se fue y seguramente allá donde está nos esperará para celebrar un día lo que no pudimos ahora.

(Graciela Moreno, Bahía de Caráquez, abril, 2017).


“Ese día yo estaba en la iglesia, como de costumbre. De repente empezó la tembladera. El altar parecía que ya se caía. Nosotros nos arrodillamos y empezamos a rezar y rezar. Luego salimos al parque. Todo el pueblo estaba concentrado en el parque central. Algunos vecinos sacaron sus colchones y durmieron afuera. A mi casa no le pasó nada. Pero las noches ya no puedo dormir, pensando en que vendrá otro terremoto. Los carros pasan y hacen temblar la casa y yo me despierto asustada pensando que es otro terremoto”.

(María del Carmen Zavala, Jipijapa, junio, 2016).


Yo estaba trabajando en la camaronera, en un área de campo. El terremoto me cogió a las seis y tantos minutos sobre un muro perimetral de la camaronera. El muro se abrió totalmente y se tragó mi carro. Me agarró el pánico, no sabía para dónde correr. Estaba oscuro, tuve que salir unos 700 metros hacia la puerta principal de la camaronera, y no veía nada. Tuve que caminar desde el kilómetro 8 hasta mi casa. No había ningún vehículo que me traiga, y yo quería ver a mi familia que estaba cerca de la costa. Todo el mundo tenía miedo de un tsunami, ¡y yo sabía que podía haber un tsunami! Entrar a Bahía de Caráquez fue muy triste. El edificio de un amigo se había caído y solamente se salvó una persona que estaba en el cuarto piso. Fue terrorífico. Pasamos sin luz casi un mes. No había alimentos, no había medicina, sin agua. El Gobierno no tenía muy claro lo que había pasado en Bahía (…). Yo calculo que Bahía tiene unas 500 casas caídas y 7 edificios derrocados. Perdí muchos amigos en Pedernales: una familia entera de un gran amigo mío. Mucha gente tiene sentimientos que todavía no pasan. Yo todavía lloro. Yo nunca había llorado, pero se me salen las lágrimas de ver esta destrucción (…). Miguel Angel tenía fotografías pero su hotel se vino abajo y creo que perdió todo. Gustavo Hidalgo también. Tenía una biblioteca grande con libros, documentos y muchas fotos, pero ahora se quedó sin casa, se le cayó completita. Bahía se terminó, no sé cuando se recupere.

(Ignacio Andrade, Bahía de Caráquez, noviembre del 2016).


“Yo había invitado a comer a Geonathan y estábamos yendo para la casa, entonces ahí empezó todo. Los postes de luz se acostaban y se volvían a levantar por la fuerza del movimiento. Estaba claro todavía pero de repente llegó la noche, se puso negro el cielo y empezamos a escuchar los gritos de la gente y el bramido de la tierra, un tamboreo profundo, y el ruido del concreto cayéndose. Fue la música más escabrosa que haya escuchado en mi vida (…). Con el terremoto las clases sociales desaparecieron, porque ante la adversidad, las clases sociales no existen. En consecuencia, las clases políticas tampoco. En momentos de desgracia no hay bandera política, solo queda la desnudez del cuerpo y la vulnerabilidad humana”.

(Ivo Uquillas, Portoviejo, Julio, 2016).


NOTA: La identificación de fotos fue parte de un proyecto impulsado por el Archivo Nacional de Fotografía del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural. Todas las imágenes pertenecen originalmente al sitio www.fotografianacional.gob.ec