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El pensamiento es universitario: libre y universal

¿En dónde ha quedado el espíritu libertario de un espacio universitario? ¿Por qué el poder político arremete contra la casa de la libertad de expresión, que por origen es la universidad? Este caso, ocurrido en Nueva Delhi, a inicios de febrero nos compete a todos quienes creemos en las libertades, en el derecho a la protesta y en el disenso como herramientas de construcción de una sociedad más justa.

Imagen del líder estudiantil indio Kanhaiya Kumar, tomada del sitio www.ibnlive.com

Por Andrea Almeida Villamil

El 12 de febrero, en el campus de la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU), Nueva Delhi-India, la más importante de ese país, arrestaron al líder de la Unión Estudiantil, Kanhaiya Kumar, bajo la acusación de organizar actividades antinacionalistas. Tres días antes, el día 9, los estudiantes se habían manifestado en el campus por el libre pensamiento y las autoridades usaron leyes de sedición que se remontan a la era colonial para detener a Kumar y perseguir a otros estudiantes. Haciendo uso de un video mal editado por la televisora Zee News (para ver la distorsión, haga click AQUÍ), el gobierno sostiene que K.Kumar proclamó eslóganes demandando Azaadi (libertad-independencia) de Cachemira, un territorio en conflicto entre India y Paquistán, que tuvo su origen allá por 1947.

La trayectoria y el reconocimiento de JNU la convierten en una de las instituciones educativas más democráticas y progresistas del país, en ella no se hacen distinciones de castas o credos (una síntesis de su trayectoria, con una voz más autorizada, se puede encontrar AQUÍ). Testimonios de estudiantes recogían que Kumar expresó el término Azaadi, en un contexto diferente: libertad del capitalismo, libertad de la hambruna, libertad del sistema de castas. Tras pocos días, y gracias a estos testimonios, salieron a la luz los cargos de conciencia y las razones de la renuncia del productor Vishwa Deepak, de Zee News, quien reconoció que “hubo grandes fallas en la forma como el canal cubrió el caso”. Suficiente para que cualquier gobierno desechara un asunto que ya adquiere los tintes de asedio, ¿no?

Además, antes de proceder con el arresto, habría sido pertinente –por decir lo menos– corroborar el uso de eslóganes y la intención tras ellos (en este caso, a una demanda por libertad territorial). Y, también, habría sido el momento oportuno para abrir un sesudo debate sobre qué mismo es nación y qué mismo es nacionalismo. Sin embargo,  se optó por la vía rápida: encarcelar a K. Kumar, perseguir a sus ‘compinches’, acallar a  estudiantes y profesores, elaborar un caso y ganar un caso salgan a las calles quienes salgan.

Sectores de la población, ante la férrea posición de su gobernante, y por las difusiones de algunos medios de comunicación, hicieron la inferencia: JNU es de izquierda, y toda forma de izquierda es antinacionalista. Leí en un post de Facebook que se puede observar por las calles a ciudadanos que patrióticamente caen, con el asta de su bandera india, a golpes a los universitarios.

Este suceso me hace reflexionar sobre el lugar que damos, globalmente, a los centros educativos. Sobre cómo jugueteamos cargándolos de estigmas, a conveniencia. ¿No son acaso las universidades el lugar apropiado para deliberar, disentir, discurrir sobre los caminos que ha tomado una nación? ¿No son el espacio para expresar consideraciones sobre Palestina, Irán, Siria, Myanmar, Turquía? ¿Ese sitio donde podemos nombrar y remarcar aquellas obras justas, y denunciar, en voz baja o gritando, las injustas? ¿Cuál es la distinción entre libertad de expresión –inclúyanse eslóganes, discursos y protestas– y sedición? ¿Cómo se marca el límite? Una pregunta importante: ¿a quién le corresponde esa atribución?

A lo largo de nuestra historia se ha dicho mucho acerca de todo, pero no de todas las formas posibles. De ahí se entiende la existencia del arte, del lenguaje, y de lo relativo. Tras varias contiendas, ahora afirmamos nuestro derecho a decir, para destacar una bella única belleza, una bella única fealdad, una fea común belleza, una fea común fealdad. Porque el dejar de decir, en estos tiempos, podría ser una máscara que nos evita atravesar por el agradar o desagradar. Y, el que nos prohíban decir vendría a cortar de raíz el ejercicio de autodeterminación, de sensación y reflexión. O, ¿es que puede haber libertad cuando se intenta coartar la expresión de lo percibido?  

Probablemente nuestras palabras no cambien lo que acontece al momento. Pero, sostener a la libertad de expresión como un bien no transable, sin importar quién esté al mando, podría ensanchar la perspectiva, alterando gratamente el curso de lo que se nos viene.