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El terremoto y la escafandra

Los relatos de los sobrevivientes al terremoto del pasado 16 de abril son innumerables. El drama y el dolor también se matizan con la maravilla que caracteriza a los pueblos costeros de Ecuador, a su gente y a sus paisajes. Manuel Torres Reyna cuenta a su manera su experiencia durante y después del desastre abrileño.

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Esta luz ubicua recién descubierta parece calma
y silenciosa; son las sombras y la oscuridad las
que hacen ruido.
La luz te pone una mano en la espalda. No te
vuelves, porque reconoces su tacto desde hace
mucho, mucho tiempo. Es lo que viste primero,
pero nunca le diste nombre.
John Berger, en Cataratas.

Mis amigos Tito Molina y Miguel Salazar son cineastas –el primero es portovejense y el segundo, de familia manaba– y vinieron a buscar a quienes habían rodado una parte de la película Silencio en la tierra de los sueños, en Jama, entre el 2011 y el 2013. Querían estar seguros de que todos los amigos que trabajaron con ellos durante el rodaje estuvieran bien después del terremoto.

El Retiro es algo menos que un caserío, monte adentro. Cuarenta minutos en auto desde Jama, sobre camino de tercer orden, hacen falta para llegar hasta acá, pasando por El Churo. Las familias lavan su ropa en el río y luego la cuelgan en los maderos, afuera de sus casas, como banderas desobedientes y muy temperamentales. El Retiro era el último lugar por visitar para nosotros, esta vez. Allí encontraríamos a Jennifer, una dieciochoañera que se salvó del terremoto junto a su pequeño Justin, de dos años.

–Discúlpeme, que soy ciego–, dice de entrada don Manuel Torres Reyna, desde la silla que lo sostiene, junto a la pared. Él es el suegro de Jennifer. Perdió la vista hace seis años como consecuencia de los golpes que hace veinte le causó un choque contra un árbol, a bordo de una moto. Miguel se deja caer sobre otra silla que alguien ha traído y empieza a contar el motivo de nuestra visita. Improvisamos una sala en el patio para la charla. En esta colina en medio del monte cantan los gallos como si amaneciera todo el día.

–¡Ah, ustedes son los de la película esa del pescador, ¿no?

–Bueno, yo hice Silencio, con Miguel, pero Miguel también trabajó en Pescadorle explica Tito, refiriéndose al filme de Sebastián Cordero.

–Sí, oiga, me gustó mucho esa película, o sea, de lo que yo pude escuchar, porque, como usté ve…

No han tenido que pasar más de diez minutos para que la conversación se convierta casi en un monólogo a cargo de Manuel Torres Reyna. “¡Reyna, Reyna, con ‘y’ griega, por favor!”. El tino político explica que haya sido concejal alterno del Municipio de Jama en 1999 y desde el 2009 hasta el 2014 haya ascendido a concejal principal. “Así entré y así salí”, nos dice, agitando las palmas de las manos para que las veamos vacías. Limpias. Entonces quedamos atrapados:

–La primera noche salimos porque preveíamos que podía haber un tsunami –recuerda, ya ensimismado–. ¡Es normal! Ahí me evacuaron como pudieron. Yo recién había salido de bañarme. Me había secado los pies. Me había puesto la pijama. Cuando yo que me voy a parar y comenzó eso, y lo único que hice fue arrodillarme y ponerme sobre el colchón: ¡Protégeme!, nomás, alcancé a decir. A lo que paró, salí.

Un anciano acomoda su plumífero cuerpo pequeño en otra silla, junto a don Manuel, y empieza a lanzar piedrecitas a las gallinas que han llegado para picar el maíz que han puesto a secar sobre el suelo.

–Él no les va a hablar porque es discapacitado –nos advierte el exconcejal, y aclara, por si acaso–. Es discapacitado del oído. O sea, que es sordo. Luego continúa:

–Al otro día que bajamos a la mañana, como a las diez y media, la alarma de tsunami. ¡Imagínese, yo, ¿para dónde corría? La desesperación mía fue tremenda…

–Pero, la alarma de tsunami se descartó esa misma noche del terremoto –le interrumpo yo. ¿Quién les dio esa alarma en Jama?

–¡La policía! ¡La policía decía que se venía el tsunami! Eso fue horrible; eso fue peor que el mismo terremoto. Toda la gente lloraba, gritaba, muchas mujeres gritaban histéricas. ¡La desesperación, pues!

Estoy seguro de que el airado relato de don Manuel debió ser para él como un cuento que se vive desde dentro de una escafandra, bajo el mar, con poco oxígeno. Si el terremoto fue lo bastante intenso como para impedirnos los movimientos, me pregunto por la sensación que él habrá experimentado dentro de su oscuridad.

–Sí. Parecía una película esto –Jennifer trata de apoyar las palabras de su suegro, como si quisiera ayudarlo a expresarse, pero nosotros sabemos que eso no es necesario.

–Dice la gente que Jama era un hormiguero: camisas de todo color. ¡Cómo la gente corría desesperada! Unos corrían, otros se levantaban, y –antes– nadie murió ni hubo herido grave en eso. Con mi mujer salimos corriendo, buscando la montaña, y cuando estábamos arriba, en la explanada que está al lado del basurero, un señor venía de un punto que llaman La División. Ese señor que vende periódicos nos dice: ¡qué tsunami! Y los policías por ahí iban corriendo…

Miguel y Tito lo miran contar pero, como yo, no lo miran a él solamente. Miran las imágenes que don Manuel relata. Seguimos los movimientos de sus manos como si fueran las de un director. Como si él narrara un guion.

–Yo capto bien por los griteríos –nos explica, finalmente–, es como que yo hubiera visto. ¿Cómo será Jennifer, que lo ha visto todo? Yo no he visto nada… ¡Ay, Dios… si ustedes deberían venir a hacer una película de todo esto!