Seleccionar página

Por Diego Lituma*

¿Ha vivido el deporte ecuatoriano una verdadera revolución durante la última década? La respuesta –a primera vista– es sí: Jefferson Pérez ganó la medalla olímpica en Beijing 2008, Liga Deportiva Universitaria de Quito ganó la Copa Libertadores del mismo año, en el 2011 Ecuador logró en Guadalajara su mejor participación en Juegos Panamericanos, alcanzó 24 medallas, ubicándose entre los 10 mejores países; en el 2014 se clasificó a su tercer mundial de fútbol; la selección femenina jugó su primer mundial de balompié en Canadá en el 2015, la delegación de fútbol juvenil participó en tres mundiales, Independiente del Valle jugó una final continental en el 2016…

Pero más allá de estos éxitos, la realidad es distinta.

En el 2001, en Esmeraldas, conocí a Alexandra Escobar. La visité en una humilde casa de caña guadua de 35 metros cuadrados, en el barrio San Martín de Porres. Su cuarto era cocina, sala y museo a la vez, pues de los parantes de madera colgaban las decenas de medallas de oro, plata y bronce. Allí estaba la presea de oro que había ganado en el mundial de Anatolia, en Turquía.

Pero, ¿cómo esta humilde mujer esmeraldeña había logrado esta hazaña? La repuesta la encontré en el viejo estadio Folke Anderson, cuna de futbolistas, boxeadores, atletas y pesistas. Su lugar de entrenamiento no contaba con las mínimas herramientas ni equipos para que un deportista pudiera cumplir con su jornada de preparación, sus entrenadores no ganaban un sueldo y todo lo hacían –como dicen en el barrio– por amor a la camiseta.

A Alexandra, las adversidades, los obstáculos le enseñaron a ganar medallas. Fue campeona Panamericana, Sudamericana, Bolivariana, participó en 4 juegos olímpicos. En el 2008 la volví a encontrar en la Olimpiada de Beijing, donde logró el quinto lugar. Durante casi una década el apoyo económico del Comité Olímpico Ecuatoriano llegó a cuentagotas, pero a pesar de las adversidades había alcanzado estar entre las 5 mejores pesistas del mundo en su categoría.

En la zona mixta la entrevisté y le felicité, le dije que es un orgullo que haya logrado esa hazaña, y ella, con lágrimas en sus ojos, me contestó: “Yo quería una medalla olímpica para mi país y no la logré, y por eso estoy muy triste, mi motivación en la competencia fue mi pequeño hijo que esta ahora en Guayaquil”. Alexandra no solo estaba en la alta competencia. Esta madre de un hijo de apenas meses afirmaba que regresaría con más fuerza en los próximos juegos olímpicos

En esos mismos juegos también estuve con Jefferson Pérez, considerado el mejor deportista ecuatoriano de todos los tiempos. El 16 de agosto del 2008, en el estadio olímpico Nido de pájaro, de Beijing, Pérez alcanzaba su segunda medalla olímpica. Habían pasado 12 años de su gesta en Atlanta 96, cuando ganó la medalla de oro. En ese largo camino, el cuencano logró cumplir muchas metas gracias al apoyo de la empresa privada, sin embargo ese impulso no fue suficiente para que en sus competencias internacionales pudiera viajar con todo su equipo técnico.

En el 2007, en el Mundial de Atletismo de Osaka, en Japón, hice cobertura de la carrera de los 20 kilómetros marcha, donde Jefferson partía como favorito. Con ayuda de su hermano Fabián, mi compañero camarógrafo Marcelo Enríquez y yo logramos ubicarnos en el puesto de abastecimiento de Jefferson, donde estaba únicamente el médico deportólogo ecuatoriano Marco Chango. Junto a nosotros se encontraba el puesto de España y el de Estados Unidos, que era comandado por el exentrenador de Pérez, el colombiano Enrique Peña. Los dos equipos de marcha tenían un equipo multidisciplinario de apoyo en la competencia. Pero para Jefferson, en las pistas, nunca valieron los nombres, equipos y presupuestos. Él marchaba por su orgullo, caminaba por su familia, por su madre, por el país. En esa mañana soleada de agosto, en Osaka, Jefferson ganó su décimo título mundial e iba a Beijing nuevamente por el oro olímpico. Ya en los juegos la medalla de oro se la arrebató el ruso Valeri Borchin, quien meses antes había dado positivo por dopaje. La Agencia Antidopaje Rusa sancionó a Borchin con ocho años de suspensión por consumo de sustancias prohibidas. En cambio, Vladimir Kanaykin, quien le arrebató el récord del mundo, fue sancionado de por vida.

Jefferson tuvo que conformarse con la presea de plata. Esa era la segunda medalla olímpica en la historia del país. Después de la competencia, con lágrimas en sus ojos, el andarín cuencano me decía: “Mi presupuesto en estas olimpiadas fueron 12 millones de ecuatorianos, tuve que competir con la segunda generación de atletas rusos y chinos y 15 años después, aquí estoy de pie, representando a mi país”. ¿A quién dedicas este triunfo? –le pregunté de vuelta. “A la heroína que es mi madre, porque la historia de ella es más valiosa y grande que la de Jefferson Pérez”.

En la marcha, Jefferson ganó una medalla olímpica más bien por su preparación y su perseverancia que por el apoyo del Comité Olímpico o del Ministerio del Deporte.

La exitosa participación en los Juegos Panamericanos de Guadalajara sí se sustentó en el apoyo del Ministerio del Deporte cuando estuvo liderado por el exarquero de la selección ecuatoriana José Francisco Cevallos. Sin embargo, las 24 medallas y el trabajo realizado en México no bastaron para que Ecuador se destacara de igual modo en los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012 y de Rio de Janeiro, en 2016.

En el camino se quedaron algunos deportistas, como Alex Quiñónez, quien en Londres corrió los 200 metros planos y se convirtió en el primer ecuatoriano en llegar a una final olímpica en esta modalidad, la segunda carrera más rápida del mundo. El esmeraldeño corrió junto al jamaiquino Usain Bolt, múltiple campeón mundial y olímpico. Su marca de 20:28 segundos lo ubicó en la élite y su séptimo lugar ilusionó al país, pues se tenía la esperanza de que en los Juegos de Río pudiera alcanzar una medalla. Pero, a pesar de que el Ministerio del Deporte ayudó al deportista, los resultados no llegaron. Quiñónez no alcanzó buenas marcas y la beca que había logrado como deportista de alto rendimiento sufrió un recorte. Las lesiones, y sobre todo una falta de guía, lo han dejado –a sus 27 años– lejos de la élite del atletismo mundial.

En el fútbol, los logros se dieron gracias a procesos que a inicios de 1988 desató el montenegrino Dusan Dráskovic, cuando asumió la dirección técnica de la selección nacional. Luego vino la exitosa línea colombiana encabezada por Francisco Maturana y secundada por el querido y recordado Bolillo Gómez. Los éxitos de Liga Deportiva Universitaria e Independiente del Valle se basaron en una buena visión dirigencial, en la contratación de buenos futbolistas y directores técnicos, en el fortalecimiento del trabajo en las divisiones inferiores, en el apoyo de socios y de la empresa privada. Pero, bueno, el fútbol es de algún modo un caso aparte.

Jefferson Pérez y Alexandra Escobar son los dos mejores deportistas de nuestra historia. Sus relatos de vida son parecidos: vencieron las adversidades para conseguir grandes objetivos. Alexandra logró el cuarto lugar en las Olimpiadas de Rio 2016 y hoy, a sus 36 años, dice que irá a las próximas olimpiadas con el sueño de ganar una medalla. En los próximos juegos olímpicos de Tokio 2020, estará cerca de cumplir 40 años. Será su quinta olimpiada. Todo un récord. Sin embargo, han pasado casi dos décadas desde que conocí a Alexandra Escobar y a Jefferson Pérez y los resultados a nivel olímpico de nuestros deportistas todavía no logran –ni de lejos– superar lo alcanzado por ellos.

¿Por qué en casi dos décadas Ecuador tuvo que depender de dos deportistas? ¿Por qué no se masificó la marcha en nuestro país? ¿Por qué el futbol sigue copando los espacios deportivos de los medios de comunicación? Y la pregunta más importante: ¿por qué el Estado, a través del Ministerio del Deporte, no ha estructurado un plan completo de apoyo a sus deportistas en el que atletas, entrenadores y médicos puedan trabajar de una manera conjunta?

A finales del pasado abril el equipo ecuatoriano de postas femenino hizo historia en Bahamas, al clasificarse por primera vez al Campeonato Mundial de Atletismo que se realizará en agosto, en Londres, Inglaterra. Ángela Tenorio, Marizol Landázuri, Yuliana Angulo y Romina Cifuentes fueron parte de esta hazaña.

A su llegada a Ecuador, Ángela Tenorio dijo que el equipo ecuatoriano de relevos se puso a entrenar desde fines de marzo, cuando se confirmó su participación al Mundial. Marizol Landázuri dijo que “en Ecuador aún se mantiene la mala costumbre de no apoyar al atleta. Cuando llegan los triunfos te reciben, publican las fotos, pero una semana después no existes”. Y puso un ejemplo: “el próximo fin de semana vamos al Grand Prix de Colombia, y nuestro entrenador, Nelson Gutiérrez, no va con nosotras”. A pesar de los inconvenientes Marisol ganó oro en los 100 metros planos y se clasificó al Mundial de Londres.

Hace pocos días, en Guayaquil, con la presencia de deportistas de 13 países, se desarrolló el Campeonato Panamericano Juvenil de Levantamiento de pesas. Los ecuatorianos se llevaron el primer lugar en mujeres y el vicecampeonato en varones. La delegación nacional acumuló 32 preseas, 22 de oro, tres de plata y siete de bronce. En el Panamericano del año pasado, en El Salvador, Ecuador se ubicó segundo por equipos en mujeres y tercero en hombres.

Son resultados positivos, pero que de poco servirán si no existen procesos y, sobre todo, el apoyo sostenido y con proyección real por parte del Estado.

Hay muchos nombres de campeones de hoy y para el futuro: Daniela Darquea, la primera deportista en Ecuador en tener una licencia profesional en su disciplina; Carla Pérez, la primera mujer latinoamericana en conquistar el Everest sin oxígeno, con la guía de su maestro, Iván Vallejo; Carla Heredia, Gran Maestra y campeona mundial amateur de ajedrez; y en atletismo, bicicrós, natación, levantamiento de pesas, entre otros. Ojalá en el camino los sueños no se trunquen por falta de apoyo de alguna federación, asociación, o porque el presupuesto de sus padres se haya agotado.


*Periodista deportivo.